Hemos escuchado, atónitos, las suplicas de George Floyd bajo la rodilla del policía blanco que lo ahogaba. Las protestas en Estados Unidos y muchos países más demuestran que sigue muy vivo el virus del racismo y de la esclavitud: el colonialismo blanco ha dejado huellas profundas y duraderas en todos los países que ha invadido. En Ecuador es terrible todavía este racismo contra los indígenas y los negros después de 200 años de supuesta independencia. Por fin el grito mundial de “Déjenme respirar” se ha podido escuchar con toda su fuerza. ¿Sabremos cambiar estas estructuras mentales y estructurales que mantienen activa esta pandemia del racismo?

“¡DÉJENME RESPIRAR!”
Es el grito que escuchamos por todas partes de nuestro planeta, porque la humanidad y la naturaleza se asfixian por el maldito neoliberalismo.
“¡No puedo respira! ¡Por favor, por favor: No puedo respirar!” Fue el último grito de un negro norteamericano, George Floyd, asesinado por la presión de rodilla de un policía blanco sobre su cuello, frente a las miradas cómplices de otros 3 policías blancos. Era el pasado 25 de mayo. Sus últimas súplicas de más de ocho minutos lanzaron la alarma mundial. Fue la gota que hizo derramarse el vaso: protestas multitudinarias tuvieron lugar en más de 200 ciudades de EE.UU.
“¡Déjennos respirar!” siguen gritando unánime unos 50 millones de ‘pobres’ estadounidenses, la gran mayoría de ellos negros y latinos, en el “país modelo de libertad, paraíso de la democracia”, y de otras cuántas mentiras. Hemos visto los títulos en los medios de comunicación y las redes sociales: “¡EE.UU., capital del racismo!” Hemos escuchado a su presidente enfurecido contra los manifestantes y sus guerras interminables en tantos países del mundo, alzando la Biblia o posando para una foto delante de la estatua del fallecido papa Juan Pablo 2°: “¡Sicópata diabólico! ¡Un peligro por la humanidad y el cristianismo!” y otros cuántos calificativos del mismo tono. Este escándalo mayor desencadenó protestas de solidaridad y rebeldía en decenas de ciudades de todo el orbe.
“¡Déjenme respirar!” El pasado 6 de junio del presente año, en Guatemala, unos cristianos pentecostales quemaron vivo a Don Domingo Choc, guía espiritual y médico maya, integrante de un equipo de investigación científica sobre plantas medicinales, acusándolo de “brujo”. Y eso en pleno siglo 20. Recordemos el genocidio de los Indígenas cometido por militares, en Guatemala, en la década de los 80 del pasado siglo: “Los indios idólatras deben morir para salvar Guatemala para Cristo”. Era la consigna del presidente, el militar evangélico pentecostal Efraín Ríos Montt, dictador de Guatemala entre 1982 y 1983.
“¡Déjenme respirar!”. Es el grito de la naturaleza que logró que se cumpliera este respiro durante una cuarentena de 80 días gracias a la pandemia del coronavirus… a costa de 500.000 muertos en todos los continentes, porque no la dejamos respirar. Desde 200 años estamos asfixiando la naturaleza y la humanidad mediante la explotación laboral, la contaminación ambiental y la destrucción sistemática. No hemos sabido interpretar sus gritos de alerta y agonía en las sucesivas gripes de estos últimos 20 años: Gripe aviar, gripe porcina, gripe de la vaca loca, gripe H1N1…
“¡Déjenme respirar!” Es el grito de la mayoría de los ecuatorianos que lloran sus innumerables muertos -¿sabremos algún día el número exacto?-, que están agobiados por la pobreza, el desempleo, la desesperanza frente a un gobierno indolente y corrupto que permite el descarado saqueo del país. Es el grito de Jorge Glas, único legítimo vicepresidente del Ecuador, aprisionado por un gobierno traidor de las elecciones presidenciales y legislativas, y condenado por instituciones ilegítimas y venales. Fue el grito de miles de ecuatorianos que se sublevaron en octubre del año pasado: indígenas, jóvenes, mujeres, sindicatos, organizaciones sociales… ahogados por leyes mal llamadas ‘humanitarias’, que los condenan al hambre y a la migración.
“¡Déjenme respirar!” Es el grito de Julian Assange, programador australiano, periodista y activista de Internet, fundador del sitio web Wikileaks, que denunció los crímenes de guerra de EE.UU. En 2012 se le acordó el asilo político en la embajada ecuatoriana en Londres, Inglaterra, hasta que el presidente Moreno, en abril de 2,019, lo entregara a la policía inglesa para que sea juzgado por supuestas violaciones en Suecia. Es requerido por el gobierno de EE.UU. para ser juzgado por divulgar secretos de defensa.
“¡Déjenme respirar!” Es el grito universal del rechazo por estar sometidos a los grandes intereses económicos y políticos, a la corrupción de los mercados, al colonialismo, a la esclavitud impuesta por el capitalismo y sus políticas neoliberales. Es el grito que se oye desde Palestina hasta Chechenia, Hong Kong, Las Malvinas y África toda. También es el grito de los ‘chalecos amarillos’ de Francia y de las protestas juveniles por todo el planeta… Es el grito de rebeldía de Cuba por el bloqueo económico, de Venezuela asediada por el imperio yanqui, de Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Perú, Nicaragua, Honduras… Y la lista no es completa.
“A pesar de lo señalado hay que encontrar la fuerza de la esperanza, en la solidaridad entre las personas y los pueblos, escribe Adolfo Pérez Esquivel. No bastan los lamentos, es necesaria la resistencia social, política y espiritual de los pueblos… la resistencia y solidaridad de pueblos en el mundo. Uno de los grandes ejemplos es la Brigada Médica Henry Reeve de Cuba que desde hace varias décadas está en los países más pobres y necesitados. Hoy la Brigada se encuentra enfrentando la Pandemia del Coronavirus en 21 países. El coraje del pueblo cubano es admirable y alentador para la humanidad; es una luz de esperanza.”
“¡Quítenle la rodilla! ¡Déjenlo respirar!”, decía Jesús a Lázaro. Perdón: “¡Quiten la piedra de su sepulcro: sólo está dormido!”, dijo Jesús para su amigo Lázaro muerto desde varios días. Hoy se repiten las palabras de Jesús: Los pobres y los pueblos están resucitando para la rebeldía, la solidaridad y la esperanza. Enganchémonos en este inmenso movimiento mundial para un futuro mejor que comienza hoy, pues es tiempo de convertirnos a la fraternidad universal y de cambiar las estructuras que sostienen el racismo.

CAMBIO Y CONVERSIÓN VAN DE LA MANO
Por todas partes voces se levantan para decirnos que “Después de esta pandemia del coronavirus no podemos vivir como antes”, porque es nuestra manera de vivir individual y colectivamente que la ha provocado o, a lo menos, que ha permitido que se diera y se multiplicara esta pandemia. Nos confirman que ya en 2,003 unos científicos avisaban que podía darse unas enfermedades catastróficas parecidas a la llamada “gripe española” de hace un siglo (1918), localizada primero en Estados Unidos, que duró 2 años y causó al nivel mundial más de 50 millones de muertos. En 2,015, el presidente norteamericano Barack Obama invitaba al ministerio de salud a investigar sobre posibles gripes que se podrían transformar en pandemia… Unas malas lenguas afirman que las grandes transnacionales farmacéuticas presionaran a los gobiernos para no hacer nada al respecto.
Recientemente el director de la OMS (Organización Mundial de la Salud) afirmó que la actual pandemia, que se ha extendido por todos los continentes, está en crecimiento en particular en América Latina y África. Las discusiones actuales giran, por una parte, en torno a una vacuna que detendría dicha gripe, pero con muchos interrogantes críticos. Por otra parte está también la duración de dicha pandemia con los posibles rebrotes, tal como pasó con la gripe española que hubiera sido detectada en… 1914, o sea 4 años antes.
Frente a la situación de la pandemia actual, nos sentimos desprotegidos y muy vulnerables. Somos ‘vulnerables’, porque no sabemos cómo protegernos de dicha gripe y porque, si nos infecta, no tenemos a la mano medicamentos que la combaten eficazmente. Somos ‘desprotegidos’ porque nuestros gobiernos no se han preparado para enfrentar esta pandemia ‘anunciada’. Por otro lado, la privatización de los servicios de salud y el gran descuido para protegernos aumentan su propagación y sus consecuencias mortales: Ecuador es un caso ejemplar en este sentido. La actual organización neoliberal de la mayoría de nuestros países ha facilitado su propagación y sus consecuencias mortales: Estamos en un sistema que privilegia la acumulación de dinero en unas pocas manos y no la protección y el crecimiento sano de los ciudadanos. Una primera conclusión es: Si seguimos con este sistema neoliberal, estaremos preparando una nueva pandemia mucho más mortal que la actual. “¡Guerra avisada no mata!”
Digamos igualmente que, frente al coronavirus, somos ‘vulnerables y desprotegidos’, porque tenemos individualmente un modo de vivir que nos enferma y no nos prepara a enfrentar ni superar tal pandemia. Nos hemos acostumbrado a tener una manera de alimentarnos que debilita y destruye nuestra buena salud. También está la manera desenfrenada de vivir consumiendo todo lo que nos viene en gana sin ninguna reflexión ni límite: Obedecemos ciegamente las propagandas de los medios de comunicación que buscan que compremos desmesuradamente para los beneficios de las grandes multinacionales del consumo.
Por otra parte no queremos darnos cuenta que esta manera de vivir, comer y consumir provoca la destrucción acelerada del medio ambiente que es nuestro hogar común. Por todas partes se nos dice de parar estas maneras de vivir y actuar porque vamos al suicidio colectivo y a la desaparición de la vida en nuestro planeta… Pero bien poco caso hacemos de estas advertencias. Segunda conclusión: O cambiamos de manera de vivir o aceleramos nuestra propia desaparición… que, en caso de seguir como estamos, va a llegar en los próximos 30 años… ¡Paremos de hacer hijos si es para enviarles a la muerte segura y temprana!
“¡Y ahora!”… No nos queda más que una alternativa: Cambio de sistema social y conversión personal. Cada uno de nosotros y nosotras somos los autores o los cómplices del sistema social mortífero en el que nos encontramos. Hemos elegido a sus organizadores o los dejamos actuar como actúan. Tal vez nos sentimos impotentes frente a un sistema neoliberal mundializado, muy bien organizado, protegido y defendido hasta con las armas. Este sistema se vale de nuestra pasividad, indiferencia y complicidad. El cambio social vendrá de nuestra conversión personal: Al cambiar cada uno ya estamos cambiado la manera colectiva de vivir. La educación, la religión, nuestros gobernantes, los banqueros y los empresarios, los medios de comunicación comerciales, las grandes instituciones internacionales… nos dan pensando y actuando porque no quieren que ni cambiemos individualmente ni sobre todo que cambiemos el sistema neoliberal que para ellos hace del mundo un pequeño paraíso. Nos esperemos de ellos que las cosas mejoren para nosotros. Quieren que todo siga igual y mejor para ellos, sabiendo ellos y ahora nosotros que será y es peor para nosotros: desempleo masivo, pobreza creciente, migración forzada, represión mortal. Si no cambiamos, eso es lo que se nos viene encima y que ya palpamos.
‘Convertirnos’, todos lo podemos hacer si nos lo proponemos y si decidimos organizarnos. Depende de nosotros emprender el camino que queremos. Dios nos avisó en la Biblia, libro del Deuteronomio: “Pongo delante de ti la vida y la muerte… ¡Elige el camino de la vida y vivirás!” Lastimosamente, necios, ciegos, descuidados y degenerados, elegimos muchas veces el camino de la muerte y pasa lo que está pasando: pandemia y más pandemias. Conversión personal y cambio social van de la mano, de nuestras manos. Ya lo decía el sabio indúe Mahatma Gandhi: “¡Sé el cambio que quieres ver en el mundo!”… porque estamos en ‘alerta roja’.

Por Editor