Editorial RutaKrítica

Por ahora nadie aventura un pronóstico para lo que queda del año. Todo puede pasar. No hay certezas para convocar a la sensatez colectiva. Las presiones llegan desde todo lado. Y quizá el ‘sálvese quien pueda’ sea el mensaje implícito.

El descrédito de las autoridades de algunas funciones del Estado no genera ni auspicia un buen escenario para los próximos meses. Y a eso se suma la ausencia de una propuesta real de modelo económico. Por lo cual tenemos varios síntomas pero ningún diagnóstico. Si ese es el escenario, reiteramos: todo puede pasar. No son fatalismos ni malos augurios, pero se han desatado fuerzas y corrientes para solo favorecer el desconcierto y la desidia.

La llamada clase política está en la obligación de dar señales claras de responsabilidad pública. No hay organización ni actor social y mucho menos los medios de comunicación que racionalicen su función ante una sociedad que demanda empleo, seguridad y cero corrupción. Los ‘ajustes de cuentas’ deben resolverse con absoluta responsabilidad, bajo el imperio de la ley y si hace falta que se vayan todos aquellos involucrados en los escándalos que lo hagan ya. Sin moralismos ni tampoco con golpes de pecho se van a resolver las disputas: aquí hace falta velar por la sociedad, por los pobres, por los excluidos y por el mayor respeto a la Constitución.

Y lo mismo deberían hacer las autoridades de todas las instancias estatales: explicar qué tipo de país quieren dirigir y construir; poner sobre la mesa sus propuestas y proyectos; y, aunque suene paradójico: trabajar con absoluta entereza y ética públicas. ¿Ya pasó la Consulta Popular y quedaron atrás las tensiones políticas de la supuesta oposición? Pues parece todo lo contrario.

Pero es muy importante también pedir a la prensa en general madurez y responsabilidad. No hay investigación profesional, solo amplifican el ruido y no explican a fondo la realidad: han hecho de todos los escándalos el caldo de cultivo para estimular la desazón y al mismo tiempo convertidos en los jueces de la moral y la verdad quieren imponer sus visiones y proyectos privados. Como nunca antes se ha visto en su verdadera esencia a mal llamados periodistas y a programas de precaria calidad señalando con el dedo, como si fuesen sacerdotes, a quienes les conviene manchar o santificar. El show por el show.

No son momentos de ilusión y movilización. Por el contrario, seguimos girando alrededor de los mismos asuntos mientras los más necesitados exigen respuestas a sus demandas más sentidas. Si el propósito es ensordecer para ahuyentar de la política a los más jóvenes y a los ciudadanos responsables, ya es hora de que el llamado al diálogo sea efectivo para escuchar y trabajar en base a objetivos colectivos. No hay tiempo que perder.

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