Un sector de la izquierda ecuatoriana, con sus disparidades y cabeceos históricos, también con sus particularismos, incluyendo el ideológico y el lenguaje, cercada por sus obstinadas alegorías y hoscos misticismos, en sus devaneos y abolladuras programáticas ha entrado, otra vez, en una fase acelerada de consunción, que traslada toda demanda social al campo estricto del ‘discurso anticorreista’, sin ninguna posibilidad de materialización.

La izquierda, institucionalizada y burocrática, acaba de hacer una exhibición pública de su propia ficción con una narración ambigua, también fingida y de exigua militancia práctica, más bien apegada a las contingencias políticas que le han permitido el acomodo o la mimetización, según sea el caso. Son los mismos planteamientos oscilantes, viciados cuando no viciosos.

Transfigurada, autocomplaciente y políticamente conversa, experta en pactos secretos, la izquierda ecuatoriana moteada en el Partido Comunista Ecuatoriano de Paúl Almeida, el Partido Comunista Marxista Leninista, después Movimiento Popular Democrático, MPD y ahora Unidad Popular, una parte ominosa del Partido Socialista; la dirigencia de la CONAIE y su brazo político Pachakutik y otros movimientos o expresiones menores como Democracia Sí, introdujeron al debate público el mito de la pureza justificada (la doctrina anticuantitativa) para sobrevivir ideológicamente, no sin antes renegar de sus principios constitutivos. Disputaron entre ellos ciertos espacios de poder, aunque nunca ganaron adeptos. Ya sin partidarios y sin estructuras, ahora son ‘el fantasma’ que recorre la patria pero en sentido contrario al reloj de la historia para pregonar ‘la unidad’ de la tendencia.

La reivindicación inmediata no es por el cambio o la transformación del sistema, sino la de ofrecer resistencia al ‘electoralismo negativo’ de la Revolución Ciudadana. Porque en esa convocatoria reciente, extremista y excluyente, hecha a través de la plataforma zoom el último sábado de mayo, los dirigentes y representantes del Partido Comunista Ecuatoriano, además de algunos invitados del PSE e ‘independientes’ como María Fernanda Espinosa, quisieron crear un contrapunto político con lo que ellos denominaron, despectivamente, ‘el progresismo’. Acto seguido, hablaron de su voluntad autocrítica, que más bien puso en evidencia el hecho de que en su interior coexisten dos maneras de entender la realidad política del país: el de la selección ideológica que discrimina a los afluentes históricos que puedan enriquecer la tendencia; y la cerrazón falsamente ‘purista’.

Y en eso la izquierda ecuatoriana (‘esa’ izquierda) se parece a la peor de las derechas cuando apela a las supuestas ‘distinciones instrumentales’, que provocan una función desigual en el plano de la ideología y del pensamiento progresista, casi como reducir la ideología al nivel de propaganda y publicidad para apropiarse de los acontecimientos. El Partido Comunista Ecuatoriano de Almeida, es un desprendimiento del antiguo Partido Comunista del Ecuador que se produce en 2012 y que le permitió a la nueva agrupación estar en la Asamblea Nacional con Diego Vintimilla.   

Y, sin embargo, esa izquierda nihilista o infantil, que reniega de la pluralidad y la apertura, no vacila en acoger planteamientos coprológicos reaccionarios, (lo acaba de hacer también la CONAIE) para convencer al electorado sobre la inutilidad de la ideología y la participación compartida. Atrapada en esa contradicción elemental, traza los linderos de quienes deben o no estar en la gran alianza de la izquierda ecuatoriana para enfrentar al capital y a la derecha en las elecciones de 2021.

Es el regreso de una fantasía, que se encauza en las corrientes de la desideologización que ahora se ofrece como la ‘superación’ de las ideologías. En el fondo, todo apunta a una ideología tecnocrática que pretende borrar el aparente igualitarismo que está contenido en esa corriente de la desideologización de la derecha, con la cual hace maromas ‘esa’ izquierda que al final del túnel solo ve oscuridad. Es decir, es un sector plenamente extraviado en ese pragmatismo desenfrenado que rehúye cualquier batalla ideológica, y que, sin embargo, no tuvo miramientos para apoyar el cambio ideológico de Moreno, ser parte del gobierno y sumarse al siete veces sí de la consulta popular.

Es lo que podría llamarse un ‘eclecticismo bastardo’ que reniega de su origen ¿marxista? y que tiene una sola dirección: desconocer el avance ideológico del progresismo ecuatoriano y el de los diez años de la revolución ciudadana, para preferir embarcarse en la ‘descorreización’ propuesta por Moreno al comienzo de su mandato, junto al  ‘diálogo nacional’ que fue el principio de la corrupción que tiene al país en una crisis estructural con graves consecuencias para la institucionalidad, la economía y la democracia.

De aquí surge una primera conclusión: la izquierda -esa izquierda- siempre fue una coartada de la derecha y viceversa. Y la segunda: el dogmatismo casi tomista para librar de culpas a Moreno y atribuir toda la responsabilidad a la gestión anterior de Rafael Correa. Sin práctica social y sin acción política, esa izquierda jamás va a consentir un principio de unidad con las fuerzas progresistas, desconociendo la necesidad de alianzas ideológicas que incluyan sectores con planteamientos diversos, que sea capaz de hacerle frente a la derecha reaccionaria,

Negación simplista, por ejemplo, la expuesta por la dirección política de la CONAIE y Jaime Vargas que también repite lo mismo: ‘conversaremos con todos los sectores menos con el correismo’. Otra vez el espíritu sectario, que le llevó al movimiento indígena a cometer exabruptos ideológicos mientras se pactó, por un liberalismo oportunista, con la derecha de Lasso, admitió ser parte del gobierno de Moreno y aceptó enviar un representante suyo al Consejo de Participación Ciudadana del extremista Julio César Trujillo.

Lenin, el auténtico, decía en 1922 lo siguiente, sobre la necesidad de acuerdos y alianzas ideológicas: “Sería un profundo error, unos de los más graves errores que podría cometer un marxista, el pensar que los muchos millones de las masas populares (sobre todo de campesinos y artesanos), condenadas por la sociedad contemporánea  a permanecer en el oscurantismo, en la ignorancia y llenas de prejuicios, puedan salir de la oscuridad únicamente por la línea recta de la ilustración puramente marxista” (V.I. Lenin: Marx, Engels y el marxismo, Ed. en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1947, pág. 510 (Sobre el significado del materialismo militante, citado por H.P. Agosti)  

También hay que decir que hubo -y hay- resabios de sectarismo en las filas de la Revolución Ciudadana, sectarismo que aún prevalece entre algunos de sus simpatizantes y militantes, cuando tampoco admiten acercamientos con otras corrientes políticas que están del centro a la izquierda, ni siquiera que pudiera haber aliados circunstanciales en la batalla ideológica.

Arremeter contra todos fue un desacierto, que en muchas ocasiones entorpeció la práctica social y la necesidad de tomar decisiones políticas acertadas y oportunas. Otra vez la negación simplista de la que estamos acusando a los demás, y que nos muestra  desprovistos de comprensión del proceso histórico. De ahí la pregunta sobre el enemigo principal: son el imperialismo, el neoliberalismo y sus adláteres criollos: la banca, los grandes empresarios incapaces de dar alguna muestra de solidaridad frente a la pandemia. La derecha de Lasso y Nebot cuya irracionalidad centenaria ha sido un lastre para el desarrollo del país.

La dirección de nuestro cuestionamiento debe conducirnos en ese sentido: hay que crear y construir las posibilidades de un unidad amplia y sobre todo reconocer aliados ideológicos en el campo popular, que están en la izquierda y en el progresismo, incluyendo por supuesto, a quienes militan en las filas del comunismo, del socialismo, del sector indígena, de los trabajadores, de las organizaciones de base en los barrios y comunidades, etc. Y porque en estos sectores hay suficientes fundamentos ideológicos y democráticos para cuestionar todo falso pragmatismo.

Por Editor