Por Andrea Ávila

El domingo, al término del debate la tendencia fue Juan Fernando Velasco. Y la estela siguió el lunes. No por sus propuestas sino por su poco sentido del ridículo. Usar versos de una canción pagada por los Isaías en la mayor crisis económica del país, la del feriado bancario, para responder por qué quiere ser presidente, le hizo perder el poco respeto que aún se le guardaba como cantautor, que deterioró al ser ministro de Lenín Moreno, y que salvó en su momento cuando en la melodía en cuestión habló de “los canallas que nos roban la ilusión”, que entendimos como una alusión a quienes pagaron por la composición.

Los desatinos de los candidatos durante el debate demuestran tanto su desconocimiento de la cosa pública y de conceptos básicos del ámbito jurídico y social, cuanto su irrespeto por el electorado. Velasco (para seguir con el cantante), habló de la delincuencia como una consecuencia de la crisis económica y la ausencia de fuentes de trabajo. Eso es criminalizar la pobreza. ¿Hay que recordarle que la delincuencia organizada, la corrupción institucionalizada, el tráfico de influencias no son potestades de los desempleados? Usó de ejemplo, al zarumeño que no puede emprender por vacíos legales. Mejorar la normativa para la puesta en marcha de pequeños negocios es potestad de los municipios no del Ejecutivo. Penoso ejemplo.

Pero no fue el único en criminalizar la pobreza. Pedro José Freile, incluso, fue más allá. Puso de ejemplo a un indigente que se puede volver ladrón porque no le interesa buscar trabajo. Es, dijo, “el instrumento de una sociedad que el día de mañana le va a encontrar formas más simples de sobrevivir que trabajar (sic)”.  Y culpó de ello al socialismo del siglo XXI y al régimen de Nicolás Maduro. ¿Quedó claro lo que quiso decir? ¿No? Traduzco: para Freile el mendigo que será un futuro delincuente es venezolano. ¡Un candidato que hace gala de su xenofobia y aporofobia! ¡Letal!

La seguridad para los candidatos solo se puede ejecutar con mayor dotación de armas a la Policía y a las Fuerzas Armadas. Cuando Gutiérrez habla, como medida de seguridad, de reponer los permisos para portar armas, previo examen psicológico, cabe preguntarse si lo aprobaron los socialcristianos, si pasaron el test esos líderes violentos que mostraban sus revólveres al cinto para amedrentar y que piensan que lo arreglan todo con sus bravuconadas.

La corrupción, para los candidatos, solo se combate con endurecimiento de leyes que violan principios básicos. Pero ninguno habló de la guerra jurídica como un arma política, ni de la prisión a los evasores de impuestos, o del mejoramiento en la ejecución de trámites. Casi todos se refirieron a que la corrupción está enquistada en todas las esferas de la sociedad, pero a ninguno se le ocurrió mirarse al espejo: asumir que es, al menos, poco ético participar para un cargo para el cual no se está preparado: sus propuestas no son más que demagogia pura, disfrazada de aparentes buenas intenciones.

Los candidatos quieren que no recordemos quienes son. Aquel que habla en contra “del morenismo”, pero oculta que su esposa formó parte de la cancillería que extraditó a Assange, que impidió el paso del avión de Evo Morales rumbo a su asilo en México, que aún no aclara los permisos de vuelo de Estados Unidos como lo denunció el embajador Francisco Carrión. Nunca criticó estos atentados contra el derecho. Pero se autoproclama defensor de los derechos humanos y combatiente de la corrupción. ¡Qué contradicciones!

Oír a los candidatos hablar en contra de la violencia contra la mujer genera escozor cuando son evidentes sus prácticas machistas: pueden cuidarse en los discursos, pero son de sobra conocidos su coleccionismo y su irresponsabilidad sexoafectiva. Incluyen a las mujeres en sus discursos, seguramente, por recomendación de sus asesores, pero no tienen idea de las demandas feministas y eso se evidencia cuando evitan, por ejemplo, hablar de frente sobre su postura frente al aborto. 

En esta segunda entrega hubo muchos candidatos que se autoproclaman nuevos solo por estar por primera vez en una papeleta electoral, pero sus discursos caducos y sus prácticas demuestran todo lo contrario. El candidato Hervas no aclaró nunca de dónde salieron los caramelos chinos, por ejemplo. Pero hace gala de su capacitación en gobierno abierto. Que diga si fue el equipo de Wilma Andrade (cuya foto estaba en las fundas de dulces) el de la idea. Que la transparencia y las sanciones comiencen en campaña y no en un hipotético gobierno.

¿La lluvia de ideas de los candidatos (porque debate no fue) servirá para un mejor desempeño en el espectáculo organizado por el Consejo Nacional Electoral? Ya veremos.

Por Editor