La política ecuatoriana está dominada por el efecto “empanada de viento”: lo que manda es la masa. Inflamada, redondeada, dorada y enorme. No se discute el relleno que, en este caso, es viento, aire, la nada.
En el imperio de la forma, los políticos ecuatorianos están dispuesto a jugarse su capital político a cambio del viento, siempre y cuando la masa sea lo suficientemente atractiva como para dejar tontamente olvidada la discusión del condumio.
Evidentemente, como es tan propio de los hacedores de la política, depende del clima de la coyuntura nacional, la discusión sobre el relleno tiene más o menos importancia.
De esto sabe bien José Serrano, representante que llegó a la Asamblea Nacional junto con el actual presidente, Lenín Moreno, con quien pactó para ocupar el sillón de Presidente de la legislatura.
Fue destituido porque se reveló el contenido de una llamada telefónica que mantenía el entonces Fiscal General Carlos Baca Mancheno con el excontralor Carlos Pólit, hoy perseguido por la justicia. En ese momento la “justicia” se ejerció para sancionar el contenido de la conversación, no se mencionó la manera cómo se obtuvo una copia de esa charla telefónica.
Entre los legisladores que destituyeron a Serrano estuvo Elizabeth Cabezas, quien logró, con un par de movimientos de cintura, hacerse inmediatamente de la Presidencia de la Asamblea.
Lo que pasó después es que mantuvo una conversación telefónica con la Ministra del Interior, María Paula Romo, en la que influyeron para modificar el resultado de una votación en la Asamblea, sin recato en la forma o el fondo (la charla se llevó de cabrón para abajo).
Los analistas, observadores, líderes de la opinión pública y espectadores llanos no sabían que Cabezas y Romo eran la mejor dupla, con representación mundial, del efecto “empanada de viento”.
En vista que el relleno, es decir, la influencia sobre una votación, no se podía esconder, decidieron echarle la culpa a la masa, inflada, redondeada, dorada y enorme. Quiso también ensuciarse las manos de harina la asambleísta María Mercedes Cuesta, quien presidió una comisión para investigar el suceso. Y también se quedó obnubilada por la masa.
Los pregoneros también. «La masa está muy dorada», «La grabación fue conseguida de manera ilegal, hay que perseguir a los corruptos que filtraron la grabación de mala manera». ¿Y, y, y… y el relleno de la empanada? «Eso no es importante, de ninguna manera, si la masa no está bien hecha».
La comunicación llevada por esta senda tiene tres ángulos visibles determinantes: es infame, peligroso y ridículo. Vamos por un hecho histórico para darle transparencia a este asunto. Si fuera buena estrategia del efecto “empanada de viento”, la denuncia de Bob Woodward y Carl Bernstein del caso Watergate se hubiera quedado en un tribunal de primera instancia y Richard Nixon seguiría siendo Presidente de los Estados Unidos.
Bajo tal paraguas, no hubiera sido posible conocer lo que informó el caso Papeles de Panamá y probablemente no se habría podido condenar a criminales de guerra nazi porque la información de Watergate, Papeles de Panamá y Proceso Núremberg se perfeccionaron gracias a información que se obtuvo de alguna manera.
A lo mejor, los creadores del efecto “empanada de viento” Cabezas, Romo y Cuesta esperaban que la información se entregue en una galletita de la suerte, con lazo rojo y verde.
Es peligroso porque los repartidores de justicia política crean un antecedente nacional nefasto: lo importante es que el asesino viene bien vestido y por eso se le ha de juzgar, a nadie le ha de importar cuántas vidas se cargó.
Hacerlo es otra línea de la huella digital de este momento de la Patria: el futuro se hace destruyendo el país; con tan poca simpatía que para hacerlo se ha recurrido a los tres tomos del libro imaginario «lo peor de la historia nacional». Hacer empanadas y vender el viento que llevan en su vientre es vil.