Por Romel Jurado Vargas

Las Lorenzas son todas las mujeres ecuatorianas que, según el Presidente Lasso, deben sentirse contentas y agradecidas con cualquier dólar que se les pague por encima de los 20 dólares mensuales, luego de trabajar en lo que sea y como sea. Más aún, si el pago se hace con afiliación a la seguridad social y capacitación para que se desempeñen eficientemente en las empresas de sus amigos ricos, quienes junto a él promueven la flexibilización laboral, la baja de salarios y la pérdida de derechos laborales, como estrategia para emplear a todas las Lorenzas disponibles a costos que ellos consideran competitivos, es decir, pagando algo más de 20 dólares mensuales.

Las Lorenzas son todas las mujeres empobrecidas de este país que no tienen empleo, que se ven obligadas a hacer cualquier cosa a cambio de una moneda, que viven sin servicios básicos, que soportan todo tipo de maltrato, que junto a los niños y hombres anónimos con quienes conviven, forman esa masa humana de pobres que, según los datos del INEN de 2020, llegan 8´159.250 personas.

Hacia ellos dirige sus cañones mediáticos y políticos el Presidente de la República, para decirles, con su dulce voz de obispo, que la culpa de su miserable situación no es la injusticia social, ni la rapacidad que permite a los más ricos del Ecuador sacar del país alrededor de treinta mil millones de dólares cada año, buena parte de los cuales van a parar a paraísos fiscales; que la culpa es de los ecuatorianos que sí tienen empleo, porque los que tienen trabajo formal ganan demasiado, y la ley les otorga demasiados derechos, y cobran indemnizaciones cuando son despedidos.

Son ellos, los trabajadores que defienden sus derechos laborales, los que tienen la culpa de que los empresarios no puedan dar trabajo a la gente que ahora no tiene empleo. Así lo dice el Presidente con la engolada palabra de un refinado verdugo, de un embaucador entrenado, de un sofisticado tecnócrata: el precio de la mano de obra en Ecuador no es competitivo y, por su alto costo, se mantienen elevadas las cifras de desempleo.

La supuesta solución se plantea con una candorosa cizaña, como quien ofrece una manzana envenenada a un hambriento: para que los desempleados tengan trabajo e ingresos, es preciso que el salario básico unificado se fije muy por debajo de los $ 400 que actualmente establece la ley, que los trabajadores sean fáciles de despedir, que sus horarios sean flexibles, que no puedan reclamar nada a sus patronos. Dicho sencillamente, es preciso que los que tienen empleo se empobrezcan, para financiar la explotación laboral de muchos de los que viven en condiciones de pobreza y pobreza extrema.

Pero ¿hasta cuánto deben bajar los salarios señor Presidente?

Hasta que el precio de la mano de obra sea tan competitivo como en nuestros países vecinos, se responde con acento tecnocrático y ladino desde las burocracias que salen en la radio y la televisión. Es decir, hasta que llegue a $ 242 como en Colombia o, mejor aún, que sea de $ 227 como en Perú.                                                                                 

Según los Ministros del régimen, eso sería bastantísimo más que los tristes $ 20 mensuales que gana Lorenza, la “amiga” del Presidente de la República. Pero esta obra de caridad, que los ricos quieren hacer para tener el doble de empleados gastando lo mismo que ahora pagan por los salarios de quienes trabajan en sus empresas. Perdón, quise decir que: esta obra de caridad, se quiere hacer porque el señor Presidente, que es casi un santo, quiere ayudar a las Lorenzas a subir de categoría, es decir, quiere que pasen de la situación de exclusión y marginalidad en la que viven, a una situación de explotación similar a la que viven sus vecinos pobres de Perú y Colombia incluyendo, por su puesto, a los trabajadores que actualmente tienen empleo, los cuales perderían casi el 50% de sus ingresos mensuales.

Pero la pregunta de fondo es porqué, en un país donde hay tanta riqueza concentrada en tan pocas manos, se diseña una estrategia económica y mediática precisamente para golpear a los más pobres y a los trabajadores que perciben un salario mínimo.

No encuentro otra explicación más completa y cierta que la aporofobia como filosofía y política de gobierno, esto es, el odio y el desprecio que sienten los ricos que gobiernan este país hacia los pobres, hacia los seres humanos que ellos han empobrecido hasta llevarlos a la miseria que narra el propio Presidente al referirse a Lorenza.

Solo el odio y el desprecio pueden explicar la tiranía de la política laboral que se propone llevar adelante el gobierno del Presidente Lasso. Por suerte, el país y la región ya han dado muestras de su férrea voluntad de frenar la aporofobia como política de gobierno, y han demostrado que la pobreza solo se puede combatir defendiendo los derechos fundamentales, destinando la totalidad de los recursos públicos a la plena aplicación de esos derechos y luchando desde cada esquina de nuestra vida cotidiana por la justicia social.

Por Editor