Orlando Pérez 

Evidentemente la derecha ha ganado una batalla sostenida y bien aceitada: imponer su modelo ideológico y político para Ecuador. Y no es que el gobierno haya adoptado de cabo a rabo el programa de la derecha en su quehacer diario (hay resistencias al interior del mismo), pero si cede en aquellos postulados del llamado “sentido común” de la derecha: el mercado como el definidor estructural de la sociedades y no el trabajo como el sur de las transformaciones; la mirada occidental de la seguridad y las relaciones internacionales; y, la política del consenso para desarrollar una supuesta gobernabilidad, siempre desde el pensamiento hegemónico neoliberal.

Y no es que esta batalla la derecha la haya ganado en el último año, sino que la viene conquistando desde que recuperó espacios de poder político cuando en las elecciones del 2014 los grupos más ligados a la izquierda perdieron buena parte de las alcaldías. Desde ahí ya se descubrió una estrategia de reposicionamiento, que pasó, por ejemplo, por imponer como discurso que la postulación indefinida es un atentado a la democracia (cuando en otros países como Alemania o España es lo más común y corriente). Pasó también por atacar toda propuesta, ley o acción para una mejor redistribución de la riqueza, vía impuestos (plusvalía, herencias y fuga de capitales), regulaciones al sistema financiero y la protección de la dolarización.

El mayor peso de esa victoria se lo deben a los medios privados y comerciales, a una “nomenclatura” política de los llamados líderes de opinión (incluida la iglesia y las ONG) y sobre todo un falso sentido del bienestar basado en el consumo y “progreso” individual.

Por supuesto que el mejor apoyo ha venido de esa “izquierda” liberal, funcional al capitalismo moderno, protectora de privilegios corporativos en espacios y sectores donde tienen influencia y poder (educación, salud y medio ambiente). Esa izquierda sostiene, por ejemplo, constructos ideológicos como la democracia representativa, el consenso y el bienestar individual, además del mercado como regulador de las sociedades.

¿Y no es por todo eso que la presentación de un programa económico para afrontar la nueva realidad del país pasa por ese filtro derechoso? ¿Por qué el nuevo plan de la flamante ministra de Finanzas no se sustenta en la redistribución a partir de un programa fiscal y tributario? ¿Dónde queda el paradigma del Buen Vivir y sus connotaciones prácticas en las políticas públicas? ¿La austeridad cabe como herramienta de transformación cuando hay sectores y grupos humanos con enormes demandas y necesidades?

Entonces, ¿el modelo que se impone viene del lado de las propuestas ideológicas de Guillermo Lasso o Jaime Nebot? No, de ninguno en particular, viene de los dos y con sus aparentes diferencias apenas si se molestan en hacerlas públicas. Ese modelo ellos dos lo han sustentado a través de sus aparatos políticos, mediáticos y de la “sociedad civil” donde proliferan las ONG y algunos canales de “transferencia” ideológica con gran respaldo de cierta embajada (basta ver cómo su embajador ahora es un activo entrevistado y visitante de todos los municipios y organizaciones sociales).

Penosamente, en el gobierno hay algunos ministros, asesores, secretarios y directores muy afines a ese modelo de la derecha que cada día tienen más espacio y poder en la toma de decisiones. Y por esa vía todo proyecto de transformación real y sensato de la izquierda debe tomar en cuenta esta realidad antes que ilusionarse con las pequeñas conquistas, por separado, en la agenda del feminismo, ecologismo y/o sindicalismo.

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