Día 1: La señora Alcaldesa Cintia Viteri, mejor conocida como ‘Lady Patriot’ o ‘La bloquea aeropuertos’, caminó lentamente por encima de las efigies de cuerpos revueltos en el suelo con que un escultor quiso representar las decenas de miles de muertos por la pandemia en Guayaquil. Para minimizar el impacto, y también para efectos prácticos, se ha cubierto la escena (macabra, para algunos gustos, pero arte es arte) con vidrio de algunas líneas. Y ella también caminó por un ladito, como evitando mancharse los pies con el simbólico vaho de la descomposición. Para el efecto, se había vestido ‘casual’, y usaba zapatos tenis, seguramente de marca y quién sabe si de algo más de cincuenta dólares. Algunas mentes, que quizá ven más allá del simple espectáculo, se estarían preguntando qué de homenaje tiene hacer un monumento de bajo o alto relieve en el suelo, bajo un vidrio, sí, y posiblemente con algo de iluminación, para que todo el mundo le pase por encima, y no solamente eso, sino para que la alcaldesa, a quien se le atribuye gran parte del desastre, pase caminando por encima a manera de inauguración, haciendo en la ‘realidad’ lo que ya hicieron simbólicamente ella y todos los del contubernio partidocracia-oligarquía-medios, y no solo en Guayaquil: pasar por encima de todo y de todos para que las ‘élites’ se salieran con la suya y las mafias en el poder medraran lo más que pudieran aprovechando la coyuntura, no importa el precio.
Día 2: La gente pasa rauda por encima del relieve, hay que trabajar para vivir. Todavía impresiona. Algunos apartan la vista. Otros se detienen a mirar. Algunos jóvenes hasta se burlan. Una madre con un niño de la mano prefiere cruzar a la vereda de enfrente. Un par de hombres, en una esquina, comentan sobre la figura.
Día 3: La cosa comienza a normalizarse. Algunas personas, por más que tratan, no recuerdan qué había ahí antes de que se instalara la composición escultórica, cómo era esa vereda dos semanas atrás. Casi todos evitan mirar. Y unas cuantas personas prefieren dar un rodeo o cruzar la calle. Un perro callejero levanta la pata trasera y marca una jardinera aledaña. El viento arrastra unas cuantas hojas secas que se posan suavemente sobre el cristal.
Día 4: Hay quien, con algo de curiosidad y mucho de morbo, toma fotografías. El paso apresurado de mujeres en tacones astilla imperceptiblemente la cubierta transparente. Un hombre lo empaña con una lodosa huella de zapato después de haber metido, accidentalmente, el pie en un charco del bordillo. El perro de la otra vez hace del número dos sobre el rostro pétreo de una mujer. Por la noche, un borracho vomita sin poder contenerse sobre otra zona del vidrio. No sabe por qué, pero prefiere huir y que no sepan que fue él.
Día 5: Alguien ha grafiteado, con spray rojo, la palabra que nadie se atreve a decir: ASESIN@S. La gente pasa por un lado. Algo les impide pisar la acusación. Algunos se muerden los labios. Casi todos están de acuerdo. Hacia el medio día, una cuadrilla de empleados municipales raspa el graffitti con espátulas y tinher.
Día 6: Se repiten los sucesos de días anteriores. Un ratero corre desaforado por encima del cristal, huyendo a toda velocidad con un bolso femenino recién arranchado en la mano. Detrás de él, dos o tres que piensan atraparlo. Regresan sin nada, caminando, exhaustos y frustrados, por encima de la cubierta transparente. Más tarde, dos perros se pelean por un hueso a la luz azulada de la iluminación monumentaria. Hay papeles de caramelo y envoltorios de comida en las inmediaciones.
Día 7: Amanece. La señora del local más cercano mira el vidrio con un poco de lástima. Luego saca la escoba y el balde con el que limpia su porción de vereda, y barre y trapea cuidadosamente por encima del ‘monumento’. Más tarde, una flor violeta se desprende de un árbol y, llevada por una leve brisa, se posa grácilmente sobre el cristal recién lavado.
Tomado de Con los ojos puestos