La Prefectura de la provincia de Pichincha fue asumida por vez primera por una mujer, Paola Pabón. Sucedió el 14 de mayo de 2019, sin embargo lejos de analizar su discurso, reflexionar sobre sus propuestas o incluso criticar su postura política, cierta opinión pública aupada por determinados medios de comunicación, prensa y algo parecido al periodismo, se sumergió en debatir sobre su vestido, su costo y si era legítimo o no que una reivindicación política de izquierda viniera de una mujer que había elegido una prenda hecha por la creatividad de la derecha.
El vestido de la política reemplazó al discurso de la política. El mismo día otras autoridades electas se posesionaban de sus cargos. Jorge Yunda se hacía de la Alcaldía de Quito, enfundado en un terno cuyas características fueron ignoradas, a guisa de atender a sus propuestas de trabajo, arengas a sus partidarios y desde luego sonreír por la presencia de su mascota.
Los prejuicios, la estigmatización hacia quienes se definen políticamente de izquierda, socialista o cualquier otra posición que no sea de derecha, los y las sitúa lejos de cualquier almacén de ropa o artilugio de la vida moderna so pena de ser calificados como incoherentes. Y es que es más fácil quedarse en estas falsas antinomias, difundidas además por unos medios igual de falsos, que buscar en el cajón algún libro que nos acerque a definiciones sobre la igualdad y la equidad social.
La inclusión social como objetivo de un gobierno local o nacional, la defensa de los derechos humanos como centro del quehacer público y la convocatoria a la construcción de una sociedad con igualdad de oportunidades, no te convierte en un opositor acérrimo del bienestar individual, al contrario, se trata de que todos y todas podamos acceder a una vida digna y a la posibilidad de contar con condiciones que nos permitan elegir nuestro proyecto de vida y realizarlo, incluyendo el alcanzar una prefectura y asumirla con un “vestido costoso”. No se trata de no vestir caro sino de que vestir “bien” no sea caro para nadie.
Por otra parte, la misoginia y el sexismo con que se viste la política ecuatoriana cuando se trata de cuestionar a una mujer que irrumpe en espacios masculinizados como un gobierno local, se refleja claramente cuando no se reflexiona sobre cuántas mujeres fueron electas como autoridades locales.
En el caso de las prefecturas, el pasado 24 de marzo hubo 222 candidatos varones y 34 mujeres, de las cuales solamente cuatro resultaron electas. Pero ni estos números lograron distraer la atención pública del vestido de la política.
Es más el 14 de mayo pasado, la Asamblea Nacional dejó atrás la paridad de género entre sus principales autoridades, el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social Transitorio es su “ejemplo” al contar con una sola mujer entre siete de sus autoridades, pero esto tampoco sorprendió a nuestra azorada prensa y opinión pública que siguió cuestionando la forma de vestir de una de las cuatro mujeres que lograron el favor de un electorado que sigue eligiendo a varones que asumen sus funciones con ternos de no cuestionada marca y mascotas.
El estándar que se utiliza para cuestionar a las mujeres que hacen política es distinto al utilizado con respecto a los hombres. Y no es que solamente se reduzca a insultos como “perras”, que de acuerdo a María Paula Romo es parte del normal debate político y “está ben” según su decir, sino que comprende el desconocer su discurso político, ignorándolo por completo, desdibujando las capacidades que llevaron a Paola Pabón a ser electa como la primera mujer prefecta de Pichincha o impide leer a un Nebot que erigió a su candidata, hoy alcaldesa, como el “hombre”. Se trata de una sociedad en que las mujeres somos invisibilizadas como sujetas incluso cuando ganamos elecciones.
Las mujeres son despojadas del ejercicio del poder aún del que las urnas pueden otorgar, por un imaginario colectivo en que las reduce a ser un vestido de la política, cuando quiere lucir correcta ante una sociedad machista que quiere parecer progresista mientras aplaude la resurrección de una figura añeja pero desempolvada llamada “primera dama”.
En fin, estamos retrocediendo en el ejercicio de derechos, y la participación de mujeres en los espacios de toma de decisiones es uno de los derechos que más rápido y dramáticamente se está perdiendo sin duda.