Lo que pasa en la academia ecuatoriana, particularmente en aquella que se erige como “auténtica”, del mismo modo como algunos periodistas se autodenominan “prensa libre e independiente”, es patético: cuando no alcanza a explicar determinados hechos históricos, acude a razonamientos escatológicos y a falacias de la razón. En redes sociales, a cierto personaje que hace un tipo de periodismo degenerado, esto es, que ensalza como virtud las acciones y pasiones más bajas de sus entrevistados, la picaresca criolla le ha catalogado como “el hijo cretino de la burguesía”. Con seguridad, algún día la psiquiatría nos brindará una explicación acerca de la patología que sufren personas que quedan descolocadas en sus oficios de analistas y estudiosos cuando la realidad les rebasa y contradice la esencia de sus convicciones; mientras tanto, nos queda dar cuenta de cómo dichos personajes destrozan la lógica y renuncian abiertamente a la razón.

En días pasados, un académico editorialista catalogó como “obsesión modernizadora” y “modernización estúpida”, a lo que en sus propias palabras fue: el “impulso de progreso conducido por el Estado”; el “gigantesco esfuerzo de construcción de infraestructura para desarrollar el país”; la “red de gigantescas torres eléctricas levantadas sobre preciosos páramos de la Sierra para interconectar el sistema”; el cierre de 7.000 escuelas unidocentes y su sustitución por Escuelas del Milenio. Sobre estas últimas, es bueno recordar que se trata de grandes centros educativos en los que confluyen estudiantes que vienen de un perímetro territorial amplio y que combinan una infraestructura adecuada para el estudio, con laboratorios, acceso a internet, uniformes, alimentación escolar, profesores por materia, etc.  

Es tanta la degeneración de la razón que el articulista de marras acude al único recurso del perverso: la falacia. Me explico: acudiendo a la falacia del “alegato especial”, o visión especial del tema objeto del debate, engaña al lector pretendiendo que creamos que el progreso conducido por el Estado es malo por naturaleza, así como son malas para el desarrollo del país las grandes obras de infraestructura.

Para sostener que se trata de “modernizadores estúpidos e ignorantes” habla de la “infraestructura millonaria y de los enormes edificios” de Yachay, la que se encuentra “hoy semiabandonada”… En este caso, la falacia a la que acude el articulista es la del “francotirador”, esto es, pintar la diana después de disparar, o lo que es lo mismo, forzar los datos para que digan lo que él quiere. Se trata de una falacia lógica en donde se presenta información que no tiene relación alguna, la que es interpretada, manipulada o maquillada hasta que parezca tener sentido. La infraestructura es calificada como millonaria, aunque no existan auditorías de cuentas o procesos legales concluyentes que lo corroboren. Los edificios son calificados como enormes sin explicar sobre qué sistema de medida se llega a dicha determinación. El semiabandono de la infraestructura de Yachay es presentado como si siempre hubiese sido esa la situación institucional de la novísima universidad. No advierte, porque se debilitaría su argumento, que la situación actual de Yachay deriva de las políticas del actual gobierno. De este que para tomar distancias con el gobierno anterior, traicionó el proyecto político con el que llegó al poder; el que abrió las puertas al reparto del Estado entre toda laya de resentidos, amargados, frustrados y sedientos de poder y de venganza; al que le importa más un plato de arroz con huevo que el destino del país. Su estatura moral no le permite advertir que en el gobierno anterior Yachay nació y avanzaba, con aciertos y errores, como uno de los pilares sobre los que debía construirse la sociedad del conocimiento, junto con las otras universidades emblemáticas: Ikiam, Universidad de Las Artes y la Universidad de Educación (UNAE). En lugar de brindar razones que demuestren la imposibilidad del Ecuador para alcanzar a ser una sociedad del conocimiento, si las hubiera, acude al pensamiento vulgar que viene cacareando: ¡despilfarro!, ¡gasto millonario!, ¡corrupción! Este francotirador, cegado por la insensatez y descompuesto en su porte académico, termina cayendo en la falacia you tubium, al adjudicar criterios de verdad a lo que vociferan las redes.

No suficiente con lo anterior, acude a otro engaño de la razón, esta vez invocando el “argumento ad verecundiam” o recurso a la autoridad. Veamos: el editorialista cita al Ministro de Educación quien sostiene que “el cierre de las escuelas comunitarias puede ser calificado como un etnocidio”. En este caso, citar al ministro de educación, “autoridad oficial” en temas de educación básica y media, no significa que sea autoridad en temas de delitos de lesa humanidad, entre ellos el etnocidio. Es aquí donde radica el engaño, la falacia de la razón, ya que el tal ministro de educación, que posiblemente es experto en educación, al calificar dicho acto como etnocidio, está diciendo cualquier cosa. Desde una evaluación jurídica y doctrinaria de los derechos humanos, la única que puede llevar a la certeza de si se trata o no de etnocidio, se debe demostrar, no declarar, en qué medida las comunidades que enviaron a sus hijos a las Escuelas del Milenio, perdieron sus raíces étnicas y culturales al enfrentarse a microscopios, laboratorios de química o bibliotecas virtuales, en medio de las chacras, la crianza de animales y las fiestas comunitarias. Tendrá también que demostrar que la pedagogía aplicada estaba destinada a extinguir las lenguas y culturas propias y los materiales de estudio fueron instrumentos para el etnocidio, entre muchos hechos graves e insoportables que pudiesen calificarse como tales. La tienen complicado estos agoreros del desastre.

Y como su vanidad es infinita, busca dejar sentada su brillantez analítica conectando las declaraciones del tal ministro con los trabajos académicos de una investigadora que señalan que “el cierre de las escuelas rurales ha tenido severos impactos sobre la comunidad, su tejido social, su vida organizativa y política”. En este caso, acude a la “afirmación del consecuente”, esto es, llegar a conclusiones falsas pese a que las premisas sean ciertas. Así, es claro que el cierre de las escuelas rurales tuvo efectos en la comunidad, su tejido social, su vida organizativa y política –para eso mismo se dictan políticas- (premisas ciertas), pero nada de eso configura en sí un etnocidio (conclusión falsa). Con este nuevo artificio de la razón, busca reforzar el débil argumento del etnocidio invocando una opinión experta, y creyendo, con ello, cerrar todos los huecos de sus porosos y malolientes argumentos.  

Estos fallos de la razón son graves no por la persona que los comete sino porque representa una dinámica que se ha impuesto desde hace tiempo atrás en cierto sector de la academia ecuatoriana. Actuando como una gran familia de ególatras, su peligro radica en el poder que tienen de formar las mentes de los estudiantes que pasan por sus aulas convertidas, antes que en centros de estudio, en tribunas desde donde profesan sus distorsionadas, tergiversadas e interesadas interpretaciones de textos canónicos y de la realidad. Marcan la “teoría pop” de la Banana Republic, pero no han advertido que una vez develadas su artimañas lógicas, se desploma su edificio de poder. ¡Paz en su tumba!

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