«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos»

Historia de dos ciudades – Charles Dickens (1859)

Este año se pretendía celebrar por todo lo alto el aniversario de los 200 años de la independencia de Guayaquil. Se iban a proclamar los altos ideales de libertad y progreso que Guayaquil defiende y pregona en cada fiesta de octubre. Se estaba planificando también el inicio de la nueva era: la de Cynthia Viteri, quien recibía la herencia finalmente de su antecesor Jaime Nebot, heredero a su vez de León Febres-Cordero.

Y herencia no es una palabra casual ni inapropiada en la historia política contemporánea de Guayaquil. El linaje y proyecto político de las élites políticas y económicas guayaquileñas ha estado bien representado en los que dirigen la Municipalidad desde hace 28 años. Solo que se ha hecho el traspaso del poder de una forma más sofisticada y moderna. De esta forma se ha construido una ciudad -no un cantón- desde arriba, para los de arriba y los que nos ven desde afuera. Los de abajo solo pueden ver cómo otros pueden disfrutar la ciudad donde viven, y cómo por goteo les otorgan obras mientras buscan sobrevivir día a día. Los de la clase media disfrutan cómo la ciudad que habitan y recorren -la Guayaquil regenerada solamente- está cada vez más bonita, con más lugares para consumir, acercándose al modelo de las ciudades modernas en las que sueñan vivir. 

La heredera actual, la alcaldesa Viteri, bien lo dijo la vez pasada en una entrevista “León fue el que limpió la ciudad; Nebot, el gran constructor; yo le pongo corazón y le pongo obra al mismo tiempo a la ciudad”. Asimismo, expresó que iba a hacer – ¿por primera vez? – un Plan Maestro para Guayaquil que no hicieron sus antecesores “porque habían recibido una ciudad bombardeada, en pedazos, que se había corrompido desde sus cimientos”. Esto, luego de casi tres décadas, dice mucho acerca de lo que se ha creado en Guayaquil: una ciudad a la deriva. Un buque a vela navegando sin rumbo por el río Guayas. Y quizás, más propiamente, impulsado por los vientos del mercado, los inversionistas de los grupos inmobiliarios y del sector de la construcción. Ellos son los que han forjado la urbe. Para gusto de unos y desgracia de otros.

Y he aquí los resultados. Los defensores del modelo podrán decir que existen innegables avances, que se ha invertido cientos de millones anualmente en obras públicas, servicios públicos y programas sociales de forma directa e indirecta. Sí, es verdad, pero al constituir un modelo político sin planificación, sin norte, guiado por los intereses privados, no por una visión colectiva de ciudad y sociedad pensada participativa y democráticamente, actualmente vivimos en una bomba social.

Solo falta una chispa para que este barco explote. Mejor dicho, para que lo haga nuevamente como en la crisis política de hace 10 años en el 30 de septiembre de 2010; o en la crisis social que condujo a las movilizaciones de octubre de 2019. Ahora, frente a la crisis sanitaria, la alarma está encendida y todavía hay que ver si esta bomba estalla. Esto no fuese así si tuviese una estructura social más igualitaria donde la libertad y el progreso fuesen reales y estuviesen distribuidos de una manera más equitativa territorialmente. Sin embargo, no es así.

¿Dónde está la libertad y el progreso para la gran mayoría de guayaquileños? Como no puede ser de otra manera, la libertad y el progreso que pregonan los dirigentes políticos son entendidos desde sus posiciones privilegiadas y teorías elitistas. En Guayaquil, las mayorías son libres formalmente, pero no tienen el poder para ser libres realmente. No tienen los recursos ni la posición que les permita disfrutar su capacidad de ser libres. Tienen la posibilidad de ser libres, pero no son libres. O, si se quiere, en Guayaquil sus ciudadanos son desigualmente libres.

Al final de cuentas, no existe un Guayaquil, existen dos: la Guayaquil de los libres y la Guayaquil de los excluidos. La Guayaquil bonita y la Guayaquil fea. La Guayaquil rica y la Guayaquil pobre. La Guayaquil formal y la Guayaquil informal. En definitiva, la Guayaquil del progreso y la Guayaquil del subdesarrollo. ¿Qué se pretende celebrar? ¿Esta diferencia abismal? ¿Esta historia de dos ciudades?

Es innegable que Guayaquil es una sociedad profundamente dividida. No se ha logrado construir una comunidad política con un tejido social fuerte capaz de convivir y querer vivir juntos pese a sus diferencias sociales y económicas. Peor aún se ha buscado un modelo económico más justo que reduzca las desigualdades. Más bien, el modelo político y su desarrollo urbano ha generado todo lo contrario: una clara segregación del espacio urbano donde difícilmente se van a poder encontrar o integrar entre miembros de distintas posiciones socioeconómicas. De esta forma, simplemente no es posible generar lazos permanentes de solidaridad ni capital social; estos solamente han aparecido en momentos de emergencia y catástrofes, como sucede ahora y como se dio durante el terremoto de abril del 2016.

Entonces, ¿hay algo que celebrar en este bicentenario de la independencia de Guayaquil? La alcaldesa Viteri sí quería celebrarlo a lo grande. Para eso programó en su proforma presupuestaria del año 2020 US$ 6’628.216 dólares exclusivamente para todo lo relacionado al bicentenario. Esto incluye la película “Camino hacia la libertad” que buscará mostrar, en palabras de la alcaldesa Viteri, “quiénes fuimos los guayaquileños en la libertad del Ecuador entero. Cómo (…) colaboramos para liberar al resto del país”. Sin embargo, parece que en estos momentos Guayaquil no está en condiciones para dar lecciones de historia y enseñar qué es la libertad y el progreso.

No son los mejores tiempos para vanagloriarnos de que “fuimos la mecha que encendió la libertad en el Ecuador”, como dijo la alcaldesa Viteri semanas atrás. Tampoco es momento de exhibir el progreso de la ciudad cuando internacionalmente muestran, como en el peor de los tiempos, la situación de los sectores populares guayaquileños que no pueden enterrar a sus familiares. Para lo que resta del año, las fuerzas deben estar enfocadas en ganarle la batalla al coronavirus y en la recuperación económica y social.

Por ahora, quizás lo más apropiado sería que gran parte de esos millones de dólares que se pretendía gastar en la celebración del bicentenario, se utilicen solidariamente para superar esta crisis en Guayaquil. Y para el futuro, es necesario elaborar el Plan Maestro de forma democrática y participativa, para diseñar entre todos un proyecto de ciudad que busque igualdad de libertad y progreso para los guayaquileños. Una emancipación real, no libertad y progreso de cartón como los ataúdes que se están donando. Sino no habrá nada que festejar.

La libertad (licitud) en ausencia de algún tipo de poder subjetivo, es una libertad vacía (“sería lícito para mí, pero no puedo porque no poseo la capacidad”), y el poder sin la libertad es ciego e inútil (“estaría en condiciones, pues cuento con los medios, pero no me es permitido” (Bovero, 2010, p. 28)

Por Editor