Ezequiel O. Salinas

Escribir estas líneas es arriesgado. No pocos dirán que es una apología de la corrupción. A riesgo de la descalificación, pero con las manos bien limpias y el cerebro bien claro, procedemos.

Esta es la primera entrega de una serie de cuatro artículos que se referirán a las implicaciones geopolíticas de Odebrecht en América Latina y, por supuesto, en Ecuador.

Imaginemos un mundo donde los ricos asesinan a niños por acumular poder, donde los poderosos engañan a sociedades enteras para llevarlos a morir en guerras, donde civilizaciones enteras se disputan los recursos del planeta –unos para sobrevivir y otros para acumular–. Ese es el Planeta Tierra, no es necesario imaginarlo. Desde el sistema Westphaliano está principalmente organizado alrededor de estados-naciones, con figuras relativamente recientes como son las corporaciones transnacionales, pero inevitablemente ancladas a estados-naciones. La guerra que estamos viviendo en el Planeta de hoy tiene otros instrumentos, y lo podemos ver en el cine, pero no lo vemos en nuestro diario vivir. La ciberguerra que vemos en las películas no es ficción, ya la podemos ver en documentales como Citizen Four. La guerra de la desinformación (también conocida como guerra de cuarta generación) es un fenómeno absolutamente presente, y la vemos en las series. La guerra judicial (lawfare) no es un fenómeno ficticio, tiene a actores concretos con planes concretos y agendas concretas, como los que participaron en el Plan Atlanta.

Todo esto está gobernado por la geopolítica: el entendimiento que las grandes decisiones tienen como telón de fondo un gran mapamundi de disputa por controlar espacios de vida que permitan la reproducción de una u otra civilización.

Odebrecht ha sido corrupto desde los 80’s en Brasil, Ecuador y en toda América Latina. Lo evidencia la lista que incluye a Matraca y el Trasvase Santa Elena. Es más, todas las grandes constructoras del mundo han sido corruptoras y corruptas desde que podamos tener memoria. En Japón y en EE.UU. En Suecia y Alemania. En Israel y en Rusia. En África y en China. En el Banco Mundial y en las Naciones Unidas. Y claro, también en América Latina. Decir corrupción en la obra pública es casi una redundancia. Aunque no debería ser así, por un momento asumamos la posición cínica de que así es y así será.

Odebrecht ha sido el contratista favorito de Itamaraty (la Cancillería brasileña) desde siempre. Muy disciplinada, ha buscado cumplir las líneas de política exterior de Brasil desde hace décadas. Sería un error querer responsabilizar solo al Partido de los Trabalhadores de su protagonismo en América Latina. Una vez más, la lista de Matraca y el Trasvase Santa Elena constituye la mejor evidencia. Junto con otras corporaciones transnacionales de importancia originarias de América Latina –apodadas translatinas– vieron en la Región un mercado natural (por su geografía y su cultura, incluyendo la cultura de corrupción) para su expansión. Y con ello, ampliar la influencia geopolítica de sus estados patrocinadores. Estas compañías eran las “campeonas nacionales”, para usar un término con el que se referían a Samsung en Corea o a Mitsubishi en Japón. Representaban el avance tecnológico y económico de la nación. Se firman Tratados Bilaterales de Inversión entre estados, pero para promover la expansión de las transnacionales de esos estados.

Estados Unidos siempre toleró esta corrupción. Muchas veces financió, a veces directamente, a veces a través del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, y a veces a través de su mercado de valores, las obras que realizaba Odebrecht, con evidente sobreprecio, en América Latina. Nunca objetó. La CAF también financió decenas de proyectos de Odebrecht. Nunca objetó.

Pero qué pasó. En el gobierno del Partido de los Trabalhadores, se da un paso enorme con respecto al rol de Odebrecht. Además de ser un campeón nacional para la infraestructura, se decide que pase a ser un campeón nacional como contratista militar. Y el primer proyecto de gran escala que se le encargó es ser el receptor de la transferencia de tecnología de un submarino nuclear construido en Brasil por empresas francesas. Hasta ahí llegó la paciencia de los Estados Unidos.

¿Alguien recuerda el espionaje electrónico de la National Security Agency de Estados Unidos a la Presidenta Dilma? ¿Y del espionaje electrónico a Petrobras? ¿Y a quién más?

(Continuará…)

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