Las elecciones primarias en Argentina generaron una crisis profunda en el gobierno de Mauricio Macri. Derrotado y con pocas posibilidades de revertir el resultado las generales de octubre, el gobierno nacional decidió quemar los recursos del Estado para ampliar su caudal electoral impulsando medidas que no forman parte del ideario neoliberal y conservador con el que gobernó todos estos años.

Quita del IVA a los alimentos, congelamiento de combustibles y congelamiento de los créditos hipotecarios que se tornaron impagables por la inflación descontrolada fueron algunas de ellas. ¿La contrapartida? Paralización de la obra pública y desfinanciamiento del Estado para medidas que, probablemente, no cambie demasiado el escenario electoral ni mejore la vida de los millones de argentinos que quieren cambiar de modelo.

Cabe destacar que la primera reacción del presidente, Mauricio Macri fue la de responsabilizar a los votantes de la corrida que produjo una devaluación del 30 por ciento de la moneda al dia siguiente del proceso electoral. Luego, pidió disculpas pero el daño ya estaba hecho.

En la previa del 11 de agosto, las encuestas indicaban que la pelea iba a estar pareja y, en el mejor de los casos para el gobierno, la diferencia entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio sería menor a 4 puntos.

¿Qué pasó entonces?

El gobierno creyó que la estrategia de comunicación en redes, los mensajes segmentados propios del manejo del Big Data y el discurso moralista iba a predominar sobre la crisis económica. Se equivocaron.

La inflación descontrolada (en 2019 terminará por arriba del 50 por ciento y el acumulado de 800 por ciento en cuatro años de macrismo), aumento de la pobreza y la desocupación y un fenomenal endeudamiento que supera ampliamente los 100 mil millones de dólares sumado a los condicionamientos del Fondo Monetario Internacional fueron elementos suficientes para pensar en un cambio de modelo.

Por otro lado, Macri terminó siendo víctima de su propia retórica. Tanto azuzar con que la vuelta del peronismo significaría una cesación de los compromisos internacionales (default) y un “autoritarismo chavista” hizo “los mercados” la propia mentira que el gobierno instaló.

A su vez, la grieta que el gobierno alimentó terminó reduciendo el caudal electoral a la mínima expresión. Para los electores, Alberto Fernández trae consigo esperanzas de cambios económicos y sociales y un achicamiento de las diferencias entre los argentinos. Todo lo contrario a lo que el macrismo imaginó que iba a suceder.

Impacto regional

De la misma forma que la derecha construyó el relato de “Venezuela y el populismo” como el origen de los males, la experiencia neoliberal argentina se metió de lleno en los procesos electorales en Bolivia y Uruguay.

Uno de los integrantes de la comisión directiva del Frente Amplio, Sebastián Hagobian, dijo en diálogo con El País de Uruguay que » tanto (Luis) Lacalle Pou como (Ernesto) Talvi son muy afines al modelo económico de Macri”.

En esa misma línea, el presidente boliviano, Evo Morales planteó que «en Argentina hubo una rebelión de los votantes contra las políticas aplicadas por el FMI» y destacó que «me reuní con empresarios y la Conalcam [organizaciones sociales] cómo nos puede afectar la situación de Argentina, donde se ha disparado el dólar», señaló.

El poder económico y el Fondo Monetario Internacional comenzaron el proceso para condicionar al futuro presidente (que aún siquiera fue electo) para que garantice el poderío del mercado en el modelo de desarrollo que viene.

Argentina tiene 70 días complicados por delante con un gobierno sin credibilidad y un presidente sin poder que aún no pudo asimilar una derrota contundente.

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