Cada día se les nota más, pero bajo un solo ardid moral creen tener la estatura ética para juzgar a los demás, pero cobran tres sueldos, las esposas y/o esposos mandan cual ministros o gobernantes electos, los que votaron por G. Lasso ahora en el gobierno son morenistas radicales y lanzan loas sin vergüenza alguna en las redes sociales a quien antes calificaron de corrupto e incapaz.
A eso se añade algo más: ensalzan la libertad de expresión, pero botan a más de 200 periodistas y personal técnico de los otrora medios públicos. Y si a eso se agrega que impiden la publicación de denuncias, forjan titulares y, al mismo tiempo, se toma en cuenta que pagan publicidad sin control a los medios supuestamente independientes es que han constituido el más grande aparato oficialista de prensa.
Pero no es suficiente: ¿combaten la corrupción sosteniendo al secretario de la Presidencia señalado como el accionista de las empresas que despojan del dinero de los clientes bancarios?, ¿venden las empresas públicas, el Banco del Pacífico, sin licitación y con la mayor opacidad del mundo?, ¿nombran funcionarios de instituciones de control a dedo, con cuentas en paraísos fiscales y con procesos de indagación fiscal?, ¿tienen a una Asamblea Nacional bajo el dominio de una persona denunciada (en las redes, en los medios no sale una línea) por cobrar supuestamente “diezmos” a sus empleados, pero son implacables con sus adversarios y se inventan procesos para la destitución automática sin considerar los reglamentos internos legislativos?
En conclusión: se ha montado la gran farsa nacional, en medio de una anomia política nunca antes vista, para garantizar la venganza y la revancha. Por supuesto, todo bajo el ADN socialcristiano, el control remoto del Caudillo del Puerto y con el auspicio de una embajada convertida en la “Senplades” externa: su planificación se debe cumplir sin chistar.
No son tiempos de debate político. Apenas hay visos de ello se cierran canales de expresión. La academia mira para otro lado y no sabe cómo explicar que sus justificativos ahora son la pauta de la mayor derechización del país y la liberación económica más implacable. Si hay algún debate, por mínimo que sea, termina por acusar al “disidente” de correísta.
En el relato político de las más altas autoridades y “líderes” oficialistas no existe un léxico para combatir la pobreza y la desigualdad. Por más que el Secretario de la Presidencia Roldán lleve bolones a un barrio popular de Guayaquil; por más que Santiago Cuesta mienta por cada acontecimiento; por más que Paúl Granda organice a las “bases” de AP desde el gobierno; por más que renuncie Humberto Cholango; por más que la ministra de justicia Romo sea la comisaria del correísmo y no combata a las mafias ni a las bandas criminales, por más que El Telégrafo y Andrés Michelena hagan culto a la personalidad del Primer Mandatario, etc.
Mientras tanto el movimiento social, pasando por el FUT y la resucitada UNE, lucen paralizados, avergonzados y a la espera de canonjías. Incluso, las organizaciones estudiantiles universitarias están aún congeladas por la reducción de 125 millones de dólares del presupuesto del próximo año. Y toda la izquierda que está detrás de estos “feudos sociales” fue también la misma que cuestionó al anterior gobierno por cosas menores a las que vivimos hoy y sin embargo ahora se amordazan sin rubor alguno.
Queda poco para finalizar el año y el balance preliminar no solo lo destacan las encuestas: en los mercados los precios se dispararon, el desempleo aumenta, el consumo cae estrepitosamente y el crecimiento económico no superará el 1%. Y además tenemos el riesgo país más alto de América del Sur, lo que demuestra que la “auditoría a la deuda pública” solo fue una estrategia para que algunos “veedores” (y los banqueros a los que representan) se hagan millonarios especulando con recursos públicos que ya no se destinarán a educación, salud e infraestructura, porque hoy terminan en sus bolsillos ávidos de renta sin trabajar, como era su costumbre desde 1981 al 2006.