Así como cuando se suelta el pie del acelerador y por inercia el auto sigue rodando, así ahora gobierna Lenín Moreno y su aparato de apoyo: rodando con la inercia y el impulso de los últimos diez años. Más allá de llamar al diálogo y pactar con las élites económicas y empresariales, no se ve en el horizonte nada que pueda definir un proyecto de transformación para Ecuador.
Sin embargo hay algo que explica su modo de actuar: el correísmo está más vivo que nunca y en vez de dar coletazos sacude y abofetea todas las semanas la incapacidad de gobernar para las mayorías. La Plaza Grande ya no está cercada por la amenaza de movilización del FUT o la Conaie, sino para evitar la llegada de los correístas. En la Asamblea los morenistas hacen de todo para anular al bloque de la Revolución Ciudadana y ni qué decir del aparato de Justicia armando las tramas legales para la persecución judicial a todo aquel que asome la cabeza y haya sido parte del gobierno anterior.
Lo acontecido en las últimas dos semanas clarifica el panorama: el escándalo por los abusos bancarios (donde el protagonista es un Consejero de la Presidencia), el asilo de Fernando Alvarado, la venganza contra Jorge Glas y su huelga de hambre, las denuncias tardías de un presentador de la televisión oficial contra el Secretario de Comunicación y la presencia de Abdalá Bucaram en Carondelet dibujan la escena de un libreto distinto en el que Moreno parece más espectador que gobernante.
Y en ese escenario, más de ópera bufa que de proyecto político, los bufones por excelencia se codean por salir en las portadas y ser locuaces en los medios: Eduardo Jurado, Santiago Cuesta, Juan Sebastián Roldán, Andrés Michelena y Paul Granda. ¿Para qué? Para llenar el vacío que deja su líder.
Y no lo llenan: se desbordan por su disputa interna, por ese afán de constituirse en los portaestandartes de una supuesta ética renovada o de nueva estirpe, para abrirse trochas en el enredado gabinete donde hay otros que con menos protagonismo que hacen buenos y grandes negocios.
No lo van a llenar tampoco tomándose la foto en Carondelet las “cabezas” de la transición para salir a enfrentar la “fuga” de un ex Secretario de Comunicación. Mucho menos poniendo en una cárcel de máxima seguridad a un ex Vicepresidente. Al contrario, la debilidad explícita tuvo lugar al reunir al aparato estatal para una declaración que bien la pudo hacer un comisario o un fiscal. Normalmente, en la lógica de la política tradicional, se unen los poderes del Estado para solventar una tragedia nacional o para afrontar una emergencia. No, ahora fue para mostrar su debilidad política con un discurso muy propio de un antiguo izquierdista como el del Contralor.
Hoy tenemos por delante un declive que ni se va a solucionar con la muerte cruzada (a la que por ahora ni Jaime Nebot al parecer apoyaría), mucho menos con una cacería de brujas y tampoco con métodos fascistas. El macartismo de nuevo cuño de Lenín Moreno, que seguramente estuvo en la mente de Roldán o Cuesta, muestra esa incapacidad para observar más allá de la represalia y el odio hacia el correísmo. Con odio y sed de venganza no se gobierna. Lo saben los siquiatras y los sicólogos. Y también Jaime Durán Barba.
Mientras tanto el desasosiego y la incertidumbre imperan en las capas medias y bajas. No saben a dónde mirar para recibir respuestas. Acostumbrados al liderazgo que orienta y debate públicamente, vemos ahora a un presidente encerrado, con una agenda mínima de actividades (su esposa tiene la agenda copada y la vida social más intensa) y con el celo de no saber cuál de sus más cercanos colaboradores se “mata” con su colega de gabinete no solo por salir en los medios sino por imponer su “visión” estratégica.
A pocas semanas de terminar el año 2018, Moreno se queda sin libreto: acusar de todos los males al correísmo solo pone de nuevo en los altares a quienes creían haber sacrificado con su campaña anti corruptiva; aliarse con la partidocracia (reviviendo al MPD, R25 y otros) no suma ni multiplica, todo lo contrario; enancarse con los poderes bancarios, financieros y oligárquicos del país solo sirve para que la prensa no lo toque y algunos de sus ministros puedan hacer negocios; y, arremeter contra Julian Assange y Rafael Correa en las cortes y en los espacios diplomáticos revive a las “momias cocteleras” y reinstala la naftalina en las relaciones internacionales.