Orlando Pérez

Pedro Jorge Vera ya lo advirtió en su novela Los animales puros, cuya primera edición, fechada en 1946, describe con mucha lucidez un comportamiento que no ha cambiado en algunos sectores de la izquierda ecuatoriana: asumir que la lucha contra los poderes oligárquicos es un camino lleno de rosas y que desde una “purísima” conducta la pobreza desaparece, las teorías se cumplen y los buenos deseos se hacen realidad por arte de magia, todo ello sin “mojarse el poncho”.

Bastaría revisar las declaraciones de los ministros y ex ministros del actual gobierno que aparentemente se instalan en la izquierda para comprobar cuan puros son en su actuación política. Convencidos de que hacían lo correcto, denunciando la corrupción de “otros”, tomando distancia de sus ex compañeros del anterior gobierno y asumiéndose como actores políticos morales, ajenos a cualquier ideología, pensaron que pasarían a la historia como las piezas de una transformación política del Ecuador. ¿El resultado? Muchos de ellos están fueran del gobierno, sin pena ni gloria. Y los pocos que quedan no saben cómo justificar su presencia en la deriva neoliberal de todo lo que se aprueba y decreta desde Carondelet.

Si todo se redujera a ellos estaría bien, además de que ya pagan por el “pecado” de creerse purísimos. Pero hay un conjunto de actores políticos, autocalificados de izquierda, que apoyaron la Consulta Popular de febrero pasado, la designación a dedo limpio de un Consejo de Participación espurio y un cúmulo de decisiones para “descorreizar” el país. Y las consecuencias están a la vista. Ahora dicen que ellos no tuvieron nada que ver con el “neocorreísmo”. Claro son los mismos que llamaron a votar por Guillermo Lasso y ahora incluso ocupan puestos en el gobierno de Lenín Moreno, reciben sus favores y otros que también muy sigilosamente hoy revisan sus declaraciones para explicar su postura.

No debe sorprender para nada esta conducta: lo hicieron en los ‘40 y ‘50 del siglo XX, tal como describe en su novela Pedro Jorge Vera; lo mismo cuando en los ‘70 tuvieron que adherirse o denunciar a los grupos subversivos de esos años; o justificando a las dictaduras de dicha década; en los ‘80 declarándose democráticos cuando el fascismo de León Febres Cordero los ponía en la lista de los guerrilleros de AVC o MPL; en los ‘90 cuando se financiaron del socialcristianismo remozado de Sixto Durán Ballén y luego de Jamil Mahuad; y también cuando apoyaron a Lucio Gutiérrez y después no sabían cómo explicar su equivocación.

La política no está hecha para y por santos y vírgenes, mucho menos para quienes no quieren sentir el peso de los errores y complejidades del ejercicio del poder y la oposición. A pesar de ello tenemos una larga fila de moralistas, curuchupas y escrupulosos que creyeron que había llegado la hora de hacer gobierno con base en el diálogo, “tomándose de las manos”, culpando al resto de todos los males y desde ahí remover a los grupos oligárquicos, derribando privilegios y otras supuestas conquistas glamorosas. En la práctica, de un día para otro, se han dado cuenta que a sus espaldas los banqueros y poderosos de este país mandan en todas las decisiones, que se toman en banquetes, tentaderos, clubes y reuniones privadas. Los animales purísimos de hoy saben (igual que los personajes de la novela de Vera) cómo termina su historia y no necesariamente a manera de inmolación o sacrificio, todo lo contrario y al revés.

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