Por Andrea Ávila
No, no lo es, ni lo fue. Como estuvo planteado por grupo El Comercio el debate presidencial de anoche fue inexistente. Cada candidato fue con su discurso armado. Bajo ese parámetro los interesados en ostentar la Presidencia de la República se presentaban con una ventaja comparativa que no pudieron aprovechar. Sus respuestas aprendidas de memoria les jugaron en contra, porque trastabillaron, se autocorrigieron, omitieron palabras, o sumaron fonemas que mostraron su torpeza cognitiva. Pero, sobre todo, les faltó inteligencia y respeto por el electorado.
El debate no es necesario cuando los candidatos se muestran tal cual son en sus inconsistencias, en sus propuestas sin piso, en la demagogia, en la impresionante irrealidad en la que viven. ¿Para qué quieren ser presidentes? Por amor a la patria no es. La clave sería preguntarles quién los financia; qué intereses comerciales y empresariales, políticos e ideológicos están detrás de quienes invierten en sus candidaturas. Por ejemplo, en tiempos de elecciones seccionales, hay precandidatos o candidatos que huyen de ciertas constructoras como financistas: saben que ese “apoyo” se debe transformar luego en ordenanzas que privilegien el uso del suelo en favor de sus imperios inmobiliarios. La dolarización, el feriado bancario fueron posibles porque Mahuad debía demasiados favores a los dueños del sistema financiero.
El debate no es necesario cuando los candidatos repiten lo que dicen en la tarima, afirman en sus redes sociales oargumentan en algunas entrevistas. El debate no es necesario cuando la prensa pregunta pensando en no incomodar, evita el cuestionamiento o la repregunta, cuando tiene todo armado para que quince ataquen a un solo candidato.
El debate no es necesario porque ya sabemos quienes son: se mostraron una vez más en las perlas discursivas del sábado 9 de enero. Ximena Peña insistió en hablar de la violencia en contra de la mujer, y en decantarse de este gobierno. Pretende que olvidemos cómo votó en la Asamblea, a quién benefició como jefa de bancada, que no formó parte de quienes negaron el aborto en caso de violación. Guillermo Lasso insiste en poner la familia sobre el Estado, la empresa privada sobre el Estado, sus intereses de clase, religiosos y económicos sobre la vida, la Ley y los ciudadanos. Busca, sin duda, gobernar el país como si fuese su hacienda. Y lo refuerza cuando deja con la mano extendida al amigo que lo trató de “muchacho malcriado”, o cuando afirma que se va “a ocupar de las mujeres”. Sí, así en clara posición de intervención, porque para personajes como Lasso necesitamos tutor, pedir permiso, ir dispuestas a buscar marido. Le queda difícil lo que las políticas de acción positiva en favor de las mujeres suponen, mucho menos entiende lo que es gobernar considerando la realidad de género. Por eso, pone a la familia en primer lugar. Lasso también intenta hacernos creer que no ha sido el titiritero de Lenín Moreno.
Cuando Gustavo Larrea habla de defender la salud pública y se pregunta qué hubiera pasado si la salud fuese privada, no hay dudas de que vive en un mundo paralelo. Con esa afirmación dejó claro que no se enteró de la entrega de los hospitales por parte de su amigo Lenín Moreno, ni de los recortes presupuestarios, ni que se privilegió el pago de la deuda, que miles de muertos fueron abandonados en la calle, que la mayoría de la población paga por las pruebas para saber si tiene o no el virus. La salud pública ha sido desmantelada por un gobierno que él ayudó a sostener con la campaña del Siete veces sí.
A ellos, se sumó Romero que habla de cadenas perpetuas con evidente desconocimiento del debido proceso jurídico. Nada de extrañar de un exdirigente deportivo con prácticas poco éticas. Y con él cada quien hizo afirmaciones inconstitucionales o sin ninguna consideración técnica. Los candidatos son dueños de tal demagogia que solo muestran el desprecio que sienten por los electores: para ellos nadie va a reflexionar sobre sus palabras, y están seguros de que nos pueden convencer con tres frases que probablemente para sus asesores son goleadoras.
Pero la memoria se hizo presente al final con una gran dosis de verdad. Mientras los candidatos mantenían una sonrisa forzada, hubo quienes les revelaron su cinismo, les “regalaron” un litro de leche para que descubran cuánto cuesta, y les recordaron que por sus propuestas económicas ha habido quienes se quitaron la vida. Los candidatos pretenden que vivamos en el eterno resplandor de una mente sin recuerdos, que nos olvidemos quiénes son, de dónde vienen, qué han dicho, qué han provocado sus actos y omisiones en la realidad del país. Y, eso, señores, es imposible, ni aunque pasen por TikTok y alcancen más de medio millón de vistas.