Sesión Dos.
Una vez más haciendo ouija para los vivos que están muertos, en invocación, fuera de temporada, a los muertos que no pueden estar más vivos. haciendo-ouija-en-la-republica-del-agua-tibia/
La tarde trae la noche tras las montañas y el tablero, que está dispuesto, atraviesa como una lanza el ruido blanco del acontecer contingente.
Mientras toma lugar en esta mesa, la voz de Alejandro Carpentier me dice que después de un siglo de neo-coloniaje, el latifundio es mediático y las reacciones de los propietarios son las mismas que en el iluminismo colonial, tanto en las Antillas como en los Andes, no le sorprende que las luces de este siglo ahora son led y exclusivamente para el espectáculo y que éste haya mutado de la guillotina al reality.
Afuera, la Real Audiencia retoma posición, aletea de la mano del nunca jamás de la apropiación de la renta tecnológica y administra el guion “eficiente” de la quiebra económica como única opción subyugada a la transnacionalización periférica. Mientras tanto, la República retrocede cañada abajo sin aros de magnesio.
La certeza repta que la representación permite elegir a uno para una cosa y ser gobernados por otro para otra y por último olvidarnos de que iba el asunto, entre los comerciales, otra temporada y el resto de la programación que salivando subasta y canjea las ventajas naturales por franquicias/espejito; para que así, la patria entubada respire la traqueotomía de la “vida civilizada” de los Estados raquíticos que, poseídos por la maquila, se deslizan entre las comisuras de la acumulación del capital global.
Entre el contractualismo zombi de Hobbes y la antipolítica que nos vende el imaginario de la autorregulación del mercado, la consigna es la disolución de cualquier noción de política. Individuos sin comunidad bajo un pacto social de sujeción electoral, forman filas en el minuto cívico de este año de elecciones bajo un aguacero de recetas y análisis del locutorio coyuntural programativo.
El tablero, sobre la mesa circular, se arruga y se alisa como un acordeón, mientras la lupa de la ouija se vuelve un todo terreno al retumbar un vaticinio tremendo desde el rostro barbado con lentes agudos de Bolívar Echeverría que irrumpe augurando, para la ciudadanía de la nación posnacional en la “Vuelta de Siglo”: que Los ciudadanos miran su intervención en los asuntos públicos como una acción inútil, sin influencia en los acontecimientos de la vida real; los temas que se debaten en la política son cada vez más lejanos para ellos; las opciones electorales les resultan intercambiables; la actividad política en su conjunto se ha vuelto una escenificación aburrida, cuando no simplemente repugnante.
El café humea en los bordes del tablero al filo de la reflexión recurrente sobre la ciudadanía reducida, cada vez más, al ámbito privado en esta modernidad de individuos, nunca antes vista, hasta el siglo XV por el Leviatán. Desde allí en un acto de ilusionismo, el miedo primario a la muerte por el cual nos aniquilaríamos se trasladó paulatinamente al miedo al Estado, al orden jurídico normativo; y entre la alquimia y la razón instrumental, el miedo devino en elemento constitutivo de la relación entre gobernantes y gobernados.
La ciudadanía compuesta por una danza subatómica entre la construcción del yo y el otro entró a la licuadora de la patria precedida por la distinción entre el Bios y el Zoe de la Grecia antigua que devino en un amasijo de la conciencia ubicada antiguamente en la Polis y la productividad social de nuestros cuerpos. Hasta el origami más íntimo se licuó en el remolino del biopoder democrático. Todo pautado en sujeción coreográfica por la violencia legitimada en el Estado moderno.
El “Bolo”, como le decían a Echeverría, respira sin sorprenderse porque ya lo sabía; no solo nos domestican, nos entretienen, nos usan o nos crían en el biopoder, sino que: ningún tema de nuestro tiempo resulta más incómodo de tratar que el de la violencia como instrumento de la política. Contemplar simplemente la posibilidad de su uso en la impugnación del establishment parece expresar no solo una desconfianza en la capacidad de la democracia liberal de ser el vehículo de una solución efectiva de la injusticia social, sino una disposición a deshacerse de la democracia moderna en su conjunto.
Entre tanto, pienso en el postulado de Enzo Traverso sobre cómo los prejuicios de raza y de clase de la sociedad occidental convierten a los obreros y a las sociedades excluidas del aparato productivo industrial en los nuevos salvajes del otrora, ayer, mundo colonial; los otros, esos, nosotros, serviciales o no, los “del baja” del subibaja del orden global.
Pareciera que la lógica positiva del like de las, más que redes, telarañas sociales aúpa el axioma: conflicto igual violencia y en apariencia nos eximen de las tensiones como posibilidad de reinvención de nuestras diferencias, nos marean de la posibilidad de democratizarnos en el debate permanente en torno a sentidos en disputa como: la patria, la ciudadanía, la democracia, mientas que se impone el consenso orwelliano del emoticón: el símbolo de la verdadera violencia que invisibiliza el conflicto; una sola postura por sobre todas, modulando el sentido común universalista.Una vez más esa gobernanza biopolitica del buenismo de estado que tuitea y retuitea estadísticas de inclusión y asistencia social jugando una suerte de pantalla del fascismo monolítico de la política de la verdad global, esa que en voz de Arlette Jequier suena ya entrada esta noche espiritista desde el “Infierno de los Payasos”: basura multicolor.., tú política me llama, es pornografía de derecha… mil y una noches de izquierda, veinte años de soledad, a cada uno con su drama a cada uno con su karma..; niños… llego el placer virtual…, la realidad virtual.., la muerte virtual…
Necro-política virtual y corporal de los usos de todas las posibilidades del miedo como arma política de los regímenes y las ideologías: miedo al desempleo, al otro, a la pobreza, al terrorismo, miedo a tener miedo, miedo aquí en la República del Agua Tibia de la clase media a desclasarse perdiendo su último pacto de consumo electoral, por ejemplo esos miedos que Mariana Enríquez relata en “Los Peligros de Fumar en la Cama” que se complementan con la noción que nos traen los diálogos de Patrick Boucheron y Corey Robin de que Gobernar no es solamente suscitar emociones sino trabajar también en apaciguarlas.Mientras tanto, la soberanía en tanto el poder arcaico de decidir quien vive y quien muere, o mejor aún de dejar morir selectivamente, y la política de la guerra hacen de las suyas globales y regionales; necro-política pura y dura para el tercer y cuarto mundo de la mano del Estado Privado indirecto, señalado entre los vivos que si están vivos por Achille Mbembe. Ese Estado que en letras de Achille facilita mediante operadores privados locales, en el tercer mundo, una economía de concesiones, hecha de monopolios lucrativos, contratos y acuerdos secretos y favores ilícitos, que interconectan sistémicamente, redes internacionales de traficantes e intermediarios extranjeros y los negociantes y tecnócratas locales.