Soy Paolina Vercoutere Quinche, primer apellido flamenco, segundo kichwa. Soy kichwa otavalo, soy política comprometida con la lucha de las mujeres. Fui la primera gobernadora indígena de Imbabura y la primera en renunciar luego de 5 meses y 15 días en el cargo. Fui también la primera invitada a pronunciar palabras durante la ceremonia de posesión en el palacio de Carondelet, distinción que no  me pertenece y que respondía quizá a un acto político de justicia hacia mi pueblo. Nombrada por el buró político de Alianza País al inicio del  que iba a ser el cuarto gobierno de la Revolución Ciudadana, transité brevemente por este espacio de poder sin olvidar ni un instante la responsabilidad de mi representación. Nieta de agricultores kichwas que de las faldas del taita Imbabura migraron a la “ciudad blanca” para escapar a las presiones de la hacienda, concebí mi nominación con absoluta conciencia histórica, preguntándome a veces cuales eran los vientos que hacían posible que una mujer como yo esté en tal espacio de representación política del poder ejecutivo.

Por un lado, debo decir que el camino recorrido ha sido largo para que personas indígenas puedan acceder a espacios de representación política y más aún para encarnar figuras de autoridad. Durante mucho tiempo, nuestra presencia en el Estado no ha podido desprenderse del estigma colonial que nos ha concebido como personajes de servicio, a ratos infantilizados o funcionales al poder. El camino de lucha recorrido por el Movimiento Indígena ha abierto la posibilidad no solo de ser reconocidos/as como sujetos/as políticos/as sino también, de colocar en la sociedad ecuatoriana y latinoamericana la necesidad de encarar la diversidad cultural desde lo político, con el planteamiento del Estado Plurinacional que es la huella insoslayable del Movimiento Indígena en la Constitución del 2008.

Por otro lado, así como la agencia histórica del movimiento indígena es indiscutible, también es innegable cómo, al margen de las estructuras organizativas, desde otras periferias, individuos y colectivos indígenas han trabajado duramente para transformar las condiciones de una sociedad racista y excluyente. A través del comercio, la agricultura, el fútbol, la música y la danza, nuestras abuelas y abuelos, silenciosamente abrieron camino, transformando a pulso, día a día, varios espacios donde su presencia había sido vetada. Por situaciones culturales y de supervivencia, varias comunidades kichwas migrantes recorrieron y recorren los caminos contra la injusticia económica y racial al lado, de la mano y tejiendo con las grandes luchas colectivas por la reivindicación de nuestros derechos. Nosotras, las nietas de esa diáspora por la sobrevivencia, somos tributarias de ese proceso y al mismo tiempo cuestionamos el discurso que como indígenas nos sitúa en un único lugar político o nos estigmatiza por tal o cual militancia.

Paralelamente, la sociedad ha construido una imagen homogénea de pueblos y nacionalidades que desconoce la pluralidad y las tensiones internas -de clase, de género- que nos habitan. Nosotras no hemos sido indemnes a la modernidad, a la urbanización, a la educación estatal, a la migración y a las dinámicas capitalistas que han permeado las economías y los modos de vida comunitarios. En suma, somos sujetas activas de la historia. Por todo ello, nuestras posturas políticas son diversas.

Los partidos políticos han incluido estratégicamente a personas indígenas en sus listas electorales, si bien esta presencia no ha mantenido una sola línea ideológica. La participación se expresa en todas las tendencias de la papeleta electoral, desde las izquierdas a las derechas, pasando por el centro, aunque las primeras participaciones electorales que se gestaron dentro del movimiento indígena fueron en alianza con partidos progresistas, como es el caso de algunas figuras políticas kichwas en la serranía.

El Movimiento Indígena aglutina a un sinnúmero de actores de varias tendencias, iglesias, sectores comerciantes, intelectuales, agricultores, personas vinculadas  con el Estado y las ONGs. La pluralidad es un hecho y la hegemonía de ciertos sectores conservadores indígenas da paso a representaciones políticas que pueden alinearse a la derecha con posiciones reticentes a la ampliación de derechos. Pensemos en lo que ha significado para nosotras la postura del asambleísta kichwa puruhá Pedro Curichumbi o las expresiones machistas y  coloniales de Lourdes Tibán en la política nacional. Esa pluralidad de posiciones ha posibilitado también que la CONAIE cogobierne con varios gobiernos, de varias tendencias, en varias épocas. En el 2006, Pachakutik, su brazo político, apoyó a Rafael Correa en su primer mandato. Para 2018, con el gobierno de Moreno, fue actor político clave en la lógica de “descorreizar” al Ecuador, enviando su representante al Consejo de Participación Ciudadana transitorio que marcó el inicio del desmantelamiento del Estado por un gobierno, pupilo de las políticas neoliberales dictadas por el Fondo Monetario Internacional.

Todo este camino para responderme al porqué de mi nominación, que debo decirlo, fue histórica por lo que representó en un país donde la representación del poder tiene una piel.

Llegué de la mano de la Revolución Ciudadana, proyecto político que buscó modificar las condiciones estructurales que desde la colonia han excluido a las mayorías en la construcción de lo colectivo, que impulsó la justicia social, la ampliación de los derechos y una política exterior soberana, con América Latina como horizonte. Estas apuestas fueron abandonadas, traicionadas por un gobierno que entregó las riendas del Ecuador a las elites económicas de siempre. Renuncio al cargo de Gobernadora el 1 de diciembre 2017, un mes y dos días antes de la consulta popular promovida por Moreno. Cada día y ese día más, tuve presente la responsabilidad de representar con altura al proyecto político, a mi pueblo, a mi madre.

Hace menos de un año, el pueblo ecuatoriano volvió a levantarse contra un gobierno servil a las elites económicas nacionales y transnacionales. El Movimiento Indígena sublevado fue otra vez ejemplo y punto de referencia en toda la región. La esperanza renace en aquellas jornadas de solidaridad y lucha, a pesar de la represión sin nombre que quedará grabada en nuestra memoria y en nuestros cuerpos. El miedo se apoderó de la derecha en el poder, que frente a la posibilidad de un retorno de Rafael Correa desata múltiples persecuciones arbitrarias contra las dirigencias.

Frente a una posible confluencia política de las fuerzas populares y plurinacionales, el gobierno de Moreno operó azuzando la división y el sectarismo para evitar la covergencia que ya estaba cobrando vida en las calles, como forma de resistencia amplia.  Dolorosa división que ha tenido relativo éxito en el corto plazo, pero que de ninguna manera anula las posibilidades históricas y reales de coincidencia entre las izquierdas y entre varios sectores de pueblos y nacionalidades del Ecuador.  

Con plena conciencia histórica del valor de las luchas colectivas, sin renunciar a abanderar las distintas opresiones de clase, de género y de raza que movilizan mi actoría política, afirmo el derecho a participar en un proyecto político emancipatorio, aportando con el contingente para pluralizar y radicalizar estas apuestas colectivas.

La Revolución Ciudadana es un proyecto inconcluso, abierto y convocante, al que pertenezco. En su capacidad de expresar, sin sectarismos, las esperanzas de las grandes mayorías, en su pluralidad, en su vocación popular y en su deber ser plurinacional reposa su fortaleza.

Por Editor