Andrés Cubillos

La atención que han recibido los estudios de género, y en general todo aquello que evoque al ‘feminismo’ en los últimos años ha sido tanta o más de la que se podría haber esperado a inicios del siglo pasado, cuando en un primer momento, las sufragistas (la que es considerada como la primera gran ola del feminismo como movimiento social) dieron un golpe sobre la mesa y lograron reivindicaciones a posteriori reconocidas en el mundo entero: las mujeres y el derecho al voto.

A partir de lo ya mencionado han existido tantas aportaciones a lo que ahora se puede aglutinar en estudios de género como críticas al movimiento; tanto a nivel teórico como a nivel movilizatorio el feminismo fue atravesado por infinidad de discusiones, debates y convulsiones que lo avocaron en una diversificación conceptual que muchos se empeñan en llamar “la tercera ola”.

Olvidados están los cuestionamientos teóricos de cierta militante socialista oriunda de la URSS de nombre Aleksandra Kollontai acerca del papel del sexo en la lucha de clases. La forma en que Kollontai aborda los debates sobre el sexo y el género en plena construcción del socialismo soviético representó una auténtica revolución dentro de la revolución.

Las reivindicaciones de los movimientos LGBTI+ aparecieron con cada vez más independencia teórica y práctica, siendo el pináculo conceptual la irónicamente llamada Teoría Queer; sin duda alguna, un must read para quienes desean introducirse en el debate de género es el aporte fundacional de Judith Butler. Paralelamente, la interseccionalidad empieza a aparecer como una alternativa que procura abarcar en sí misma la mayor cantidad de contextos y dinámicas de opresión según el entorno geopolítico y social, transversalizando el eje clase, raza, estatus socioeconómico y género.

¿De qué se trata la ideología de género? ¿Por qué la polémica?

Evidentemente, un movimiento tan históricamente trascendente ha despertado también detractores e incluso opositores (ahora mismo se puede evocar la imagen de un rabioso Milo Yiannopoulos con más críticas mordaces que argumentos que lo sustenten) que se han esforzado sorprendentemente en desacreditar las luchas feministas, mezclarlas con las reivindicaciones LGBTI+, teoría Queer, abordaje de las relaciones poliamorosas y demás en una sola etiqueta que a ojos del populacho virtual parece ser el mismísimo príncipe de las tinieblas emergiendo: la ideología de género.

A partir de aquí las redes sociales y su magia irrumpen aparatosamente, infinidad de imágenes ofensivas, (des)informativas y legiones de usuarios compartiendo, lanzando “likes” y legitimando al clickbait; como amos absolutos de la información virtual erigen esa taxonomía unívoca que lleva a cualquier reivindicación transgresora de tabúes históricamente dados al estatus de atentados a la moral y las buenas costumbres: Legalización del aborto = Ideología de género; Socialización del uso de anticonceptivos = ideología de género; Educación de corte no-machista = ideología de género; Discusión “sexo-no-es-igual-a-género” = sí, adivinaron.

Conviene detenerse en “¿Por qué sexo no es igual a género?Foucault ya lo dijo, el sexo y la sexualidad no son concepciones tratadas históricamente desde lo biológico, sino más bien desde lo cultural, es evidente que “género” es una construcción social erigida bajo la premisa de que el sexo es la variable inmutable en la ecuación de la unidad nuclear de la sociedad: la familia; el meollo del asunto (tal como lo diría Engels, por ejemplo) se lo encuentra en la visión de la sexualidad tradicional como mantenedora del orden social desde su base… a partir de ahí es fácil llegar a la conclusión de que cuestionar los roles de género implica de manera inequívoca transgredir el orden social mismo.

Acerca de las críticas

Sobre la premisa anterior un servidor se plantea la crítica: ¿Es legítimo decidir el “deber ser” de un movimiento, basándonos en prenociones construidas desde el argot social sobre lo que es, y no sobre lo que en realidad es? Ciertamente no.

Obviamente el feminismo posestructuralista, y sus variantes más movilizatorias son corrientes culturales que también han sido sometidas a debate desde posturas no reaccionarias: por ejemplo, hay posiciones que argumentan que las reivindicaciones planteadas están siendo segmentadas y, en el mejor de los casos, incluidas en otras formas movilizatorias concretas, como es el caso del feminismo antiespecista, pero esa atomización acaba individualizándolas y reduciendo su impacto real en el espectro social; o que, en determinadas situaciones, acaban por volverse excesivamente institucionalistas, sugestionándose acerca de cuáles son las formas de lucha “legítimas” y “no legítimas”, descartando acciones menos legalistas. Es necesaria también la observación de un hecho innegable, entre muchos otros: el modelo de sociedad actual legitima la opresión femenina desde diferentes ámbitos, ya sea cultural, étnico, pero, sobre todo, económico y laboral.

Finalmente, y para intentar apaciguar los ánimos de quienes podrían quitar todo piso al presente esbozo partiendo desde el Ad Hominem de que un hombre cisgénero heterosexual no está en condiciones de plantear siquiera una discusión sobre el tema, un servidor se permite extender una invitación al debate sin intentar deslegitimar, desde una u otra postura y más allá de las apetencias personales, acerca de lo que es, o no es, el movimiento feminista y sus reivindicaciones.

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