Random House ha publicado esta obra (2016), que obtuvo el Premio Internacional de Novela Héctor Rojas Herazo y en 2018 nada menos que el Premio Real Academia de la Lengua Española (RAE), Raúl Vallejo suma con estos galardones a otros merecidos por su fecunda labor: Aurelio Espinosa Pólit, tres Gallegos Lara, José Lezama Lima, Miguel Donoso Pareja, Universidad Javeriana de Colombia, Nacional del Libro, Bienal de Poesía de Cuenca, Internacional de Poesía José María Valverde. Treinta años, que serán luego muchos más, de trabajo y, sobre todo, de entrega apasionada a la palabra. Allí están y permanecen en mí: Fiesta de solitarios, Huellas de amor eterno, Acoso textual, El alma en los labios, Pubis equinoccial, Marilyn en el Caribe, ese pequeño y bello poemario Crónica del mestizo. Y ahora, El perpetuo exiliado.
El último párrafo de la página 197 da un indicio cierto de su sentido y estructura. Mientras escribe Vallejo sobre Los animales puros de Pedro Jorge, cita el epígrafe de El pueblo soy yo: “Esta novela no es historia, pero está inspirada en la historia y envuelta en ella”. Nos cuenta Vallejo que Vera siempre creyó que Velasco Ibarra “era un viejo megalómano rodeado de hombres ensoberbecidos por el dinero”. Estas notas, más un referencia a esa linda mujer que es Eugenia Viteri, compañera de siempre de Vera, llevaron a decir al personaje-narrador de El perpetuo exiliado: “Al momento en que me dije que tenía que viajar a Buenos Aires para encontrar ese cuaderno de apuntes supe que andar tras ese Velasco desconocido por historiadores y sociólogos, seguir unas huellas desdibujadas por la carcoma del tiempo, daría como resultados una narración con personajes cuya palabra es cierta pero cuya invención es mía (…) Supe también que me era imperativo escribir una novela (…) signada por el amor y la política en la que los personajes de Velasco Ibarra y Corina tuvieran al menos, la compasión del autor”. Líneas antes había citado las palabras de Pedro Jorge en su novela cuando acusó al “Viejo y su camarilla de puros animales” de haber traicionado a “la revolución más hermosa”: la Gloriosa del 44…
Esta obra prueba una vez más que la novela es indefinible. Prueba también que la historia está muy alejada de la inalcanzable y acaso inexistente “verdad”, y que es la novela, por ser “ficcional” y hasta “mentirosa”, si se quiere, la que se acerca más a la verdad. “Todo lo que se escribe es cierto”, decía Miguel Donoso.
Vallejo se propuso entrar en el corazón, no del “Profeta” que lo tenía en la derecha y a veces lo desplazaba a la izquierda cuando se dirigía a la “gloriosa chusma” (aunque Velasco desconfiaba de las “masas”) sino al corazón del hombre, mirarlo desde adentro, pero para eso debía entrar en el corazón de Corina del Parral, en sus poemas, en su piano. Quizá él fue uno de los pocos que murió de muerte natural por propia decisión, después de perder a su esposa en Buenos Aires en un estúpido accidente de tránsito. Corina es el gran personaje de la novela, pues únicamente ella conoció con talento, instinto y delicadeza, el interior del hombre que amó. Velasco es el gran personaje de la historia. Recordamos sus palabras al llegar a Quito: “vengo a meditar y a morir”. Con esta esta frase, se cierra El perpetuo exiliado. Velasco Ibarra, el hombre que estudió en la Sorbona y que podía hablar dos horas sobre Tomás de Aquino o exaltar al pueblo hasta la locura —“papá Velasco” le decían—, se murió de pena cuando le dio la gana. Fue en 1979 y tenía 86 años. Fue cinco veces elegido presidente, varias veces se proclamó dictador, en una sola ocasión terminó su período, ejerció el mandato unos doce años, pero dominó cuarenta la política (lección para quienes creen que prohibir la reelección es el remedio). Tres o cuatro de sus ministros fueron jefes de Estado y apoyó la candidatura de Febres Cordero. Fue siempre un gran autócrata que creía que Ecuador es ingobernable. El contexto de la novela son esas cuatro décadas, el análisis de ese mundo que creó el “gran ausente”, con su afán de poder y gloria, con su oratoria, con su descomunal talento, su magnetismo personal, con sus pasiones que iban desde la intransigencia al delirio, desde la fe ciega en el destino de la patria gobernada por él hasta la repentina locura cuando “se lanzaba contra las bayonetas”. La contradicción, de la que se vanagloriaba, era parte de sus esencias.
La estructura de la novela de Vallejo y los recursos utilizados a través de los diversos narradores y planos, demuestra el gran nivel alcanzado por el autor — que ya se observa en Acoso textual y en Marilyn en el Caribe—. El perpetuo exiliado es una historia de amor, la historia de una mujer valiosa y valiente (valiosa fue también la madre de Velasco), la revisión de una época extensa, su análisis socio-político, la visión del autor —todo escritor da su versión de la vida y del mundo—, de una nación dominada por los grupos tradicionales y las más cerradas y poderosas oligarquías. Obra que ha requerido gran investigación, que le dota de equilibrio y exactitud, y que se desarrolla con agilidad creativa y estructural. Novela oportuna además porque necesariamente nos encamina a pensar sobre lo sucedido en los últimos quince años, indispensable más que nunca para no convertirnos en ciegos (y tontos) guiados por otros ciegos (y “vivos”).
Sentí un desafió interior cuando, rompiendo moldes y acercando distancias aparentemente más de lo debido, Raúl menciona sobre hechos, nombres, circunstancias, sucesos y, sobre todo, documentos! Es a veces difícil para el lector —no es una crítica sino un elogio al atrevimiento— no poder distinguir a veces hasta dónde va la línea divisoria. La memoria salva a los de mi generación.
Velasco Ibarra fue un ser atormentado, pero dueño de una cultura vastísima. Muy joven, a fines de los cincuenta, leí Tragedia humana y cristianismo. Está con mis subrayados y comentarios. Una revisión rápida me ha llevado a confirmar que Velasco fue sobre todo un místico, un ser sobre el bien y el mal que trasladaba sus demonios internos al poder y a la gloria como un medio de llevar al hombre a la “moralización, a la idealización, al enriquecimiento espiritual”, al ideal cristiano. No podía haber entendido a Marx ni al individuo como ser esencialmente social, y que el hombre que carece de la satisfacción de sus necesidades básicas —que es eso y un poco más— es difícil que pueda elevarse hacia los reinos de la excelsitud.
Gracias a Raúl Vallejo por la novela. Gracias al ciudadano que la escribió con integridad y transparencia.