Por Rodrigo Rangles Lara

Esa interrogante surge a partir de la derrota electoral del ultra derechista republicano Donald Trump que asumió, como uno de los ejes estratégicos de su campaña electoral, la demonización del socialismo y, en ese contexto, acusó al también multimillonario contrincante Joe Biden, de ser parte de esa tendencia política.

Trump presentaba como prueba de su aseveración la propuesta del demócrata Biden de continuar con Medicare, programa de amplio apoyo popular iniciado en la administración de Obama, que prometía garantizar atención médica a los residentes legales en el territorio.

La consigna de algunos importantes  líderes demócratas, como Barnie Sanders por ejemplo, de subir los impuestos a los ricos norteamericanos para hacer obras en beneficio de los pobres, sirvió de base para que los mentalizadores  publicitarios de Trump, desataran la táctica del miedo sobre la “pérdida de la libertad estadounidense como en Venezuela”

Venezuela se ha convertido, en Estados Unidos y en la esfera de los grandes capitales del mundo, en el referente propagandístico  de lo que llaman pérdida de las libertades que asocian, hábilmente, en manipuladas campañas mediáticas nacionales e internacionales, a conceptos antidemocráticos como “dictadura”, “terrorismo”, “miseria” y otras categorías degradantes del ser humano, configurando la imagen de seres  “condenados al infierno socialista”.           

Ese error estratégico y otros, como el manejo irresponsable del Covid 19, determinaron la derrota del autoritario Trump que, sin la protección de la banda presidencial, corre el riesgo de ir a la cárcel porque, como todo filibustero comerciante capitalista se especializó en evadir impuestos, apropiarse de recursos fiscales, hacer negocios ilegales y abusar del poder imperial, dentro y fuera de los Estados Unidos.

Igual sucedió en Bolivia, donde el corrupto gobierno golpista  de la asesina Jeanine Áñez, presentada en la infinita cadena mediática del imperio como redentora de la democracia, terminó derrotada gracias a una alianza progresista, pese a la sucia campaña electoral levantada por los fascistas neoliberales para sembrar el miedo en la población, hablando del peligro que Bolivia se convierta en otra Cuba o Venezuela.

Cierto que el pueblo venezolano pasa momentos duros y dramáticos producto de las severas restricciones económicas impuestas por un inhumano, abusivo e ilegal bloqueo adoptado desde Washington y el  atraco a más de cien mil millones de dólares de propiedades, fondos financieros o reservas en oro.

Es la misma receta que, desde hace más de 60 años aplica a Cuba, por el pecado de ser socialista e indoblegable en mantener sus ideas  y principios acorde con su filosofía humanista, que los poderes reales y fácticos del mundo consideran una amenaza a sus innumerables privilegios y la atacan despiadadamente, usando medios legales e ilegales en su desesperado  fallido intento de doblegarla. 

Esa campaña contra “los rojos” y el “demonio socialista” – léase también comunista – personificado en Cuba y  Venezuela, se levanta también infructuosa en Ecuador contra Rafael Correa, la Revolución Ciudadana y los candidatos de Unión por la Esperanza, que cuentan con  incondicional respaldo mayoritario del pueblo y marchan firmes en procura de  ganar los próximos comicios, pese a  interminables campañas desinformadoras desatadas desde el poder corporativo transnacional y sus adherentes criollos,  amantes del “libre mercado, promotor de la libertad personal”.

De la cruzada anti socialista no se libra ni el Papa Francisco, líder máximo de la iglesia católica, acusado también de comunista, porque pide a las corporaciones buscar nuevas tecnologías de producción para mermar la  contaminación y destrucción del ambiente y, en su última encíclica, Fratelli Tutti,  condena todo tipo de esclavitud y violencia; aboga para que “todo ser humano tenga derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente”.

Llama a la fraterna solidaridad para resolver las angustias de los más pobres, se pronuncia contra una “globalización autoritaria y abstracta”, presentada “como un supuesto sueño en orden a homogeneizar, dominar y expoliar” que, además, tiende a destruir “la riqueza y la particularidad de cada persona y cada pueblo”.

El argentino pontífice convoca a la familia humana a vivir juntos en armonía y paz, porque “mientras nuestro sistema económico y social produzca una sola víctima y haya una sola persona descartada no habrá fraternidad universal” y considera que, en esas circunstancias, las palabras “libertad, democracia o fraternidad se vacían de sentido”.

El uso publicitario de la retórica  conservadora de las élites dominantes, que presenta  al socialismo como la antesala al infierno y promociona el paraíso capitalista, todavía tiene asidero en capas desprevenidas de la población; más, comienza a perder su magia en masas mejor informadas, consientes de la irracionalidad del sistema y gestores de exitosos  resultados políticos alcanzados en varios puntos del planeta que, ahora, los dueños del capital infinito y sus acólitos, tratan de revertirlos con artimañas inmovilizadoras globales, a la manera del Covid 19, creado a propósito por el ser humano con propósitos de control social universal.          

  “Se puede engañar a unos pocos, un tiempo; se puede engañar a todos, un tiempo; pero, jamás se puede engañar a todos, todo el tiempo,” es una máxima política que se va cumpliendo; porque, a paso acelerado, se siente que el truco de presentar lo malo como bueno o viceversa, está quedando al denudo.

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