Por Rodrigo Rangles Lara

¿Alguien duda de los maquiavélicos ajetreos de fraude electoral que adelanta el gobierno cuántico y su gavilla cómplice neoliberal, como única salida para evitar el incontenible acceso a Carondelet de un movimiento que enarbola postulados y banderas progresistas?

Es una trama siniestra que se cocinó con fast news, law fare o  tramposas campañas mediáticas de implacable persecución contra Rafael Correa, dirigentes de la Revolución Ciudadana  y triquiñuelas conducentes a evitar la inscripción de sus candidatos cobijados en Unión por la Esperanza.

Con un Consejo Electoral gobiernista nacido ilegalmente  del Trujillato, descaradamente inclinado a las menguadas aspiraciones del banquero Guillermo Lasso, todo se puede esperar: debates calculadamente parcializados, anulación de papeletas presidenciales con sabor a trampa, intentos fallidos de postergar las elecciones o ilegales cambios de horario en la jornada comicial con pretensiones de anular todo el proceso.

Los Vedezotos y los Pita; los Acero y las Atamain, sufridores insomnes de interminables pesadillas ante el fantasma  de Arauz y Rabascall, en ascendente respaldo popular, buscan desaparecer de la campaña electoral y del imaginario popular las imágenes y la voz de Correa, sin percatarse que es imposible borrar del corazón popular, los afectos y agradecimientos hacia un hombre y un proyecto político que trabajaron por su bienestar y dignidad. 

El descaro del fraude llega al extremo de hacer oídos sordos a la petición oficial de parlamentarios de la  Comunidad Económica Europea para enviar observadores a las próximas elecciones, negativa que provocó una pública protesta de los solicitantes contra el Consejo Electoral y una severa acusación de parcializarse en  favor de los intereses del candidato de la oligarquía nacional.

Esa acusación es tan real como la versión de Xavier Zavala Egas, ex vocal del Consejo de Participación Ciudadana del autócrata Julio Cesar Trujillo, que reconfirmó, despejando cualquier duda, el perverso pacto de gobernanza entre Moreno y Lasso, al tenor del cual operaba la mafia hospitalaria y el reparto de cuotas administrativas a cambio de apoyo político, bajo la tutela de la tristemente recordada María Paula Romo.

Es el pacto de corrupción que destrozó institucionalmente el Ecuador,  entregó riquezas a mano abierta a la oligarquía empresarial ecuatoriana, agachó la cerviz ante el Fondo Monetario Internacional y sus políticas inhumanas de ajuste que mandó al desempleo y la miseria a cientos de miles de compatriotas.

Es el pacto que entregó la soberanía nacional a los intereses imperiales, destruyó el proceso integrador regional, se adhirió incondicionalmente a los afanes conspirativos internacionales contra gobiernos progresistas  y llegó al extremo de reconocer como Presidente de Venezuela a un delincuente autoproclamado Juan  Guaydó, cuando los propios norteamericanos, tras el triunfo de Biden, le desecharon como carta útil de la truhanesca política internacional de Donald Trump.

Esa política destructiva del traidor Moreno y su cuadrilla rechazan los ecuatorianos de bien, que anhelan termine ese desastroso mandato y vuelva la esperanza de días luminosos para la sociedad y la patria.

Los compatriotas se aprestan a castigar en las urnas, anhelantes de lograr sanción con el rigor de la ley y mano dura, a los causantes de tanta pobreza, fruto del capitalismo salvaje impuesto desde Carondelet, sede del autor de los asesinatos en la represión  de octubre y los miles de muertos a causa del indolente, inhumano e ineficaz manejo de la pandemia.

Estaban equivocados los que pensaban que el Cuántico de nuestro cuento iba a marcharse dignamente entregando el poder a los legítimos representantes de la voluntad popular, porque solamente un demócrata, que nada teme y nada debe,  cumple fielmente los mandatos legales y constitucionales.

Moreno es de otra estirpe, está hecho de otros genes y – para seguir el juego de sus rocambolescas interpretaciones de la Física Cuántica – podemos pensar que en sus células militan alegremente los diminutos átomos de Carlos Freile Zaldumbide o de Leonidas Plaza Caamaño, siniestros traidores que mentalizaron y materializaron el asesinato de  Eloy Alfaro, al que alababan en público como inteligente estadista, su protector y amigo.

Miren el perfil que, historiadores de la época, hacían de Freile Zaldumbide: carente de valores y bandera,  falso de principios, débil de carácter, dúctil a los dictados de conservadores y clericales, astuto, pérfido, alevoso, cruel, arbitrario, embustero, felón, truhan, ciego de ambición y poder. ¿Coincidencia cuántica morenista?

También es coincidencia, pregunto yo, que a su lado, defendiéndolo a ultranza o auspiciando sus felonías y fechorías, se encuentren periodistas cotizables a la semejanza de Manuel J. Calle, vocero oficial del sanguinario Plaza Gutiérrez, que refiriéndose a la cruel masacre de Los Alfaros, decía: “Único medio de restablecer el imperio de la libertad y la justicia y de salvar para siempre la República”.

Son esos “salvadores de la República”, de ayer y hoy, militantes de poderes reales o fácticos – nacionales o extranjeros – que junto a Moreno planifican un descarado fraude, única vía que les queda para evadir la sanción popular en las urnas;  continuar con un régimen de ignominia y claudicación o salvar el pellejo ante tanta corrupción y prostitución política.

No obstante, más allá de los resultados de las infinitas maquinaciones antidemocráticas de los cuánticos, sus nombres están ya en las páginas negras de la historia y, como castigo bien merecido, sufrirán eternamente el escarnio y repudio de generación tras generación, que les señalarán como inmunda escoria social.

Por Editor