Por Rodrigo Rangles Lara

Es casi seguro que algunas personas, en su entorno, le habrán explicado que el socialismo, erróneamente llamado comunismo, es un sistema económico–social y político perverso, causante de los peores males pensados contra el ser humano.

Seguramente, le explicaron que en países socialistas gobiernan regímenes totalitarios, con poderes omnímodos, ciudadanos enajenados de la realidad, verdaderos esclavos de la casta en el poder.

Mientras los dictadores y sus familiares viven a cuerpo de rey- aseguran esos entendidos – el pueblo llano carece de artículos tan elementales como papel higiénico, jabón o pasta dental y es un verdadero privilegio poseer un celular o acceso a internet.

Se muestran indignados al condenar “el control absoluto del Estado sobre bienes y vidas”, en otras palabras, de la “mafia gobernante” que, para eternizarse en el poder, creó un partido único en el que deben, obligatoriamente, militar, hombres y mujeres si pretenden acceder a servicios como agua potable, electricidad o teléfono.

Al nacer – dicen con sorna –   el nombre de pila sirve solamente para uso en la relación familiar o social, pues todo ciudadano consta en el Registro de Identificación, simplemente, como otro número más y recibe un carné que facilitará el control a los servicios de seguridad del régimen. Sin el famoso carné – afirman en tono dramático – jamás podrán retirar la pequeña ración de alimentos que el Estado entrega, mes a mes.

Imposible libertad de expresión – agregan con cierto énfasis en la palabra libertad – si todos los medios de comunicación y los periodistas están alineados con el régimen, viviendo un constante peligro, incluso de pena de muerte, cuando los responsables quebrantan la línea editorial o las directrices del partido.

El gobierno y el partido, a nombre del Estado – enfatizan los expertos – ejercen derecho absoluto sobre casas, departamentos, hatos de animales o plantaciones avícolas, terrenos del campo y la ciudad, fábricas, negocios, servicios y, hasta deciden  el destino de los niños, que interrumpen el gozo de la vida hogareña el  momento de encerrarles al obligado adoctrinamiento, cuando el Estado les secuestra, durante años, en centros especializados de “lavado cerebral”, para garantizar la continuidad del sistema.

Esos centros formativos – argumentan con ahínco – también constituyen una fábrica de cuadros para los servicios de seguridad clandestinos que operan en cada casa, en cada cuadra, en cada barrio, en cada centro laboral y no se sorprenda si conoce de casos donde hijos denuncian a sus padres, amigos a los compadres, hermanos a los hermanos. Se vive un estado de terror y silencio, al extremo de que “una palabra mal dicha, será la fuente de nuestra desdicha”.

Arremeten contra los ideólogos del socialismo calificándolos de ateos, expertos en conculcar libertades públicas y privadas, penetrar sus perniciosos pensamientos en otras sociedades financiando, generosamente, enclaves proselitistas, con dineros obtenidos del narcotráfico, trata de blancas, comercio de armas, pornografía y otras actividades delictivas conducentes a “destruir las conquistas y derechos alcanzados en el Mundo Occidental y Cristiano”.     

Obviamente, ningún ser humano, con los cinco sentidos, desea una vida así. El rechazo al socialismo, visto desde esa perspectiva, resulta lógico, dando paso a la existencia de hombres del pueblo llano, ciudadanos de clase media o profesionales asalariados con altos niveles de instrucción académica, decididos a luchar, ardientemente, contra cualquier atisbo de socialismo, argumentando salvaguardar  su libertad y el  bienestar de los seres amados.

El aparato ideológico de los interesadamente opuestos al socialismo – con Estados Unidos a la cabeza- inició los embates propagandísticos a partir de que, Vladimir Ilich, universalmente conocido como Lenin, organizara las masas de oprimidos e instaurara, en la Unión Soviética, el primer estado socialista, algo imperdonable para el centro del poder capitalista que persiste incansable, desde 1917, hasta hoy, en técnicas para influir, en el imaginario de los habitantes del planeta, versiones  tétricas sobre el “perverso comunismo”.

Con ese propósito, el águila norteña, cuenta en su país, y en el de sus aliados, con una infraestructura ideológica basada en preceptos mercantiles, firmemente implantados en los sistemas educativos, la red de religiones tradicionales, y otras creadas con fines específicos; partidos políticos, de distinto tinte doctrinario, más esa gigantesca maquinaria mediática globalizada, manejada por un ejército de especialistas en diversas disciplinas de la Comunicación, Sociología o Psicología.

El uso sistemático de los diez principios propagandísticos del fascista Joseph Goebells, unido a los avances científicos alcanzados en los países del Primer Mundo, relacionados con el dominio de la mente y la voluntad de los individuos, potenciado a través de los medios de difusión, arroja resultados positivos en la misión de confundir y enajenar a los ciudadanos respecto de la realidad socialista.

La demostración palpable del engaño masivo evidenciamos en los resultados de las recientes campañas electorales realizadas en algunos países de América Latina, donde estuvieron en juego propuestas económico – políticas progresistas, contradictorias al neoliberalismo, modelo inhumano auspiciado desde los centros de poder financiero, preferentemente norteamericanos.

La eficacia de las campañas electorales de los neoliberales, bajo inspiración, asesoría y hasta apoyo económico extranjeros, sobre los peligros del “Castrochavismo”, restó votos a los candidatos que planteaban propuestas de reivindicación social, como sucedió en el Ecuador, donde lograron derrotar al candidato presidencial Andrés Arauz, de la progresista Unión por la Esperanza (UNES).

La postulante ultra derechista Keiko Fujimori, en el Perú, basó su campaña de la segunda vuelta con el eslogan: “Libertad o Comunismo”, logrando engañar a buena parte de los votantes, de tal manera, que estuvo a un tris de ganar las elecciones, definidas por un margen de apenas 0.04 por ciento, en favor del modesto maestro Pedro Castillo, de Perú Libre, movimiento izquierdista de esencia popular.

Moreno, en Ecuador; Piñera, en Chile; Duque, en Colombia; Bolsonaro, en el Brasil; igual que tantos gobernantes neoliberales de América Latina, recurren al manido “Castrochavismo” para asustar a ciudadanos desinformados  o despistados, perseguir a opositores “comunistas” calificados de terroristas, desprestigiarlos, torturarlos, asesinarlos  encarcelarlos o desaparecerlos a nombre de proteger la “democracia”, cuando en realidad  defienden sus particulares intereses, el de sus protectores del norte o del sistema financiero mundial..    

A nombre de la “democracia”, de la “libertad” o el “orden” y argumentando salvar al mundo de “la tiranía del maldito socialismo”, los Estados Unidos, a lo largo de la historia de dominio imperial, invadió países burlando normas de derecho internacional, con un saldo de millones de asesinados – sólo en Irak, más de un millón, entre ellos niños, mujeres y ancianos  –  y daños materiales irreparables, auspiciaron dictaduras sangrientas como las de Pinochet, Videla, Somoza, Stroessner, Duvalier, Trujillo y otros sátrapas sanguinarios odiados por sus pueblos. 

La “democracia” norteamericana, casa adentro, se refleja en la existencia de más de 50 millones de pobres, de los cuales, 18 millones son niños, desguarnecidos de futuro y esperanza; 70 millones de drogadictos, sumidos en ese esotérico mundo de alucinaciones; millones de hambrientos o desprotegidos de salud, seguridad social, vivienda y servicios básicos  desnudando el publicitado cuento del “sueño americano” que, en lugar de resolver esos serios problemas sociales, gastó el año pasado – a modo de ejemplo, solamente – casi un billón de dólares en armamento, operativos de inteligencia clandestina y en mantener cerca de mil bases militares regadas por el mundo, para imponer sus políticas depredadoras.

En esa guerra de ideas, el poderoso del norte y sus aliados neoliberales también están bien pertrechados, con infinitos recursos mediáticos, sembrando mentiras por el mundo; engañando a pueblos enteros; pero, los hechos demostraron que, esa desigual confrontación, los movimientos  progresistas rebasaron ese dominio con partidos orgánicos bien estructurados, trabajando disciplinada y organizadamente en las bases, difundiendo programas reivindicativos concretos, formando ideológicamente cuadros, creando redes mediáticas alternativas insertas en una estrategia de propaganda, entre otras acciones liberadoras.     

Sabemos que toda mentira “tiene patas cortas”, toca actuar para que pronto se descubra la verdad, como han hecho movimientos insurgentes de hambrientos, levantados pacíficamente en varios puntos de Nuestra América y el mundo, desafiando la pandemia, reclamando a los regímenes “democráticos” solución a los insufribles problemas económicos y recibiendo a cambio represión ilimitada, sin lograr someterlos dada su organización y fortaleza.

La batalla ideológica está planteada ¿Seguirá la mentira gobernando al mundo? ¿A quiénes deben, en la vida real, maldecir los pueblos?

RRL

10.06.2021

Por Editor