Rodrigo Rangles Lara

Un hombre nacido de malas entrañas y corazón podrido, elevado a designios de poder, jamás pensará  en el bien de la humanidad. Lenin Moreno Garcés, que en pocas horas dejará la presidencia del Ecuador, demostró ser uno de esos seres engendrados para la perversidad, a contrapelo de la gran prensa empeñada en   presentarle como decente, estadista y demócrata.

Los más duros epítetos se han ensayado tratando de describir a este nefasto personaje nacido, a mala hora, en nuestro terruño de gente buena, y ninguno alcanza a describir, en su real dimensión, a este ser capaz de sembrar odio como estrategia para destruir a un país entero  y lanzar a la miseria a cientos de miles de ecuatorianos.

Como camaleón supo mimetizarse en las filas de la Revolución Ciudadana, hasta encaramarse en la Vicepresidencia de la República, fingir tareas en favor de sus colegas discapacitados disfrazándose de hombre con sentido social, escalón necesario para convertirse en elegible presidencial y, luego, engañando a Raymundo y todo el mundo, acceder a la primera magistratura.

La historia de la traición es mundialmente conocida y repudiada. La pirueta ideológico – político  para transmutar de socialista en radical militante neoliberal y servil incondicional del imperio, constituyó un duro golpe para un modelo socio – económico – político que implementaba “El Correismo” en favor de los desposeídos de la patria.

De la noche a la mañana dejó de  alabar públicamente a su mentor y benefactor Rafael Correa  como “El mejor Presidente de la historia del Ecuador” e inició una implacable persecución contra él y varios de sus excompañeros, sin tardar en apoderarse de los poderes del Estado engatusando al pueblo, en una mañosa e ilegal consulta popular, mentalizada y apoyada por los poderes reales y fácticos de la ultraderecha nacional.

No vamos a insistir en una narrativa de las maravillas realizadas, en estos cuatro años, por el felón personaje en favor de banqueros, comerciantes e industriales de alta monta; la destrucción de la institucionalidad, la corrupción como táctica para lograr adherentes a su malvada administración del Estado y, cuando la población se cansó de los abusos, lanzó a mandos policiales y militares a reprimirla con el saldo luctuoso inscrito en crímenes de lesa humanidad.

Endeudó al Ecuador como ningún presidente, sobrepasando la astronómica cifra de 60 mil millones de dólares, dineros esfumados en beneficio de acreedores nacionales y extranjeros, en gastos corrientes o importaciones suntuarias; mientras lanzó a la desocupación a más de medio millón de trabajadores estatales o privados, aduciendo escasez de recursos y promocionando la manida austeridad.

Austeridad impuesta desde el Fondo Monetario Internacional que dejó en abandono a los hospitales, cesanteó a más de cinco mil médicos en medio de una pandemia cobrando la vida de no menos de 50 mil compatriotas, sin hablar de las olvidadas escuelas del milenio convertidas, varias de ellas, en escombros para sustituirlas con las casuchas de formación unidocente, orgullo de su malvada “revolución educativa”.

En la campaña ofreció crear un millón de empleos, edificar 360 mil viviendas de interés social, ampliar la red de carreteras heredada de su antecesor y reconocida, en América Latina, como ejemplo a imitarse y, por supuesto, garantizar seguridad social a la población.

Elevó la mentira como estrategia de gobierno, sustentada en una incondicional prensa pautada,  periodistas “generosamente aceitados” y dirigentes corruptos de partidos políticos tradicionales que posicionaron, en el imaginario ciudadano, la ejecución de una obra pública gigantesca, donde solo había una truculenta campaña publicitaria, desatada a la manera del fascista Joseph Goebbels.

En los largos funestos cuatro años, se le ha visto, al cínico redomado, inaugurar un pírrico puente construido en la administración anterior y del que se burló aduciendo, al principio de la gestión, que “conduce a la nada” y, faltando pocas semanas para despedirse, aparecer sonriente en una enorme valla publicitaria afirmando haber construido una millonaria carretera, otra tomadura de pelo a los ecuatorianos.

A esa y otras vallas de similar enjundia acompañó una nutrida  campaña audiovisual que afirmaba, entre otras falacias, haber construido no sabemos cuántos kilómetros de nuevas vías y otras obras de infraestructura, a lo largo y ancho de la geografía nacional.

Con ese mismo cinismo anunciaba avances beneficiosos a la población que, seguramente, estaban en su afiebrada imaginación y en la de sus inmorales publicistas apresurados en convencer que, la caricatura de estadista,  deja un país desarrollado parecido a Dubai,  con gente feliz, viviendo una democracia real y plena.

La felicidad de la población, en virtud de la imaginaria siembra del mandatario, supuestamente pensando en el buen vivir colectivo, cobra dimensiones más altas cuando se conoce que, además  de esa inexistente mediática obra descomunal, deja en el sillón  de Carondelet a un heredero leal, humano, desinteresado, honrado y de profunda sensibilidad social, hecho a su imagen y semejanza.

De manera que – según la categoría ética y moral de Moreno- el pueblo espera ansioso y alegre la posesión del presidente banquero, rodeado ahora de un “gabinete de lujo”. Entre ellos destaca un ministro de finanzas, a la manera de arlequín, capaz de lograr el sortilegio de convertirnos en ricos, aún antes de iniciar funciones, anunciando sin ruborizarse: “todo el que gana más de 550 dólares mensuales, es parte del 50 por ciento más ricos del Ecuador”.

Son los “nuevos ricos” que ganan menos de lo que cuesta la denominada “canasta familiar básica”, cercana a los 800 dólares mensuales, víctimas del alza de precios a partir de la aprobación de la “Ley Humanitaria” que comen, cuando tienen suerte, “Arroz y huevo frito”, la dieta preferida del Presidente Moreno a la que acompañó, con inesperada sinceridad, la receta política digna de su estatura cívica: “la patria me importa un bledo”.

Hizo honor a esas palabras y destruyó el Ecuador, su obra magna. El pérfido personaje está registrado como protagonista de los episodios más tenebrosos de vida nacional. A pocas horas de que fenezcan cuatro años de su desgobierno, le decimos, con el cariño que siente el pueblo por él:

¡Hasta nunca traidor a la Patria! Hombre de malas entrañas y corazón podrido.

RRL

23.05.2021 

Por Editor