Por Romel Jurado Vargas

Las conductas más altruistas y democráticas, y también las más atávicas y violentas son las expresiones emblemáticas de la identidad colectiva de una sociedad, así como el desarrollo de las ciencias y las artes expresan el grado de avance de su cultura.Con base en estas premisas, les propongo que nos miremos al espejo, tratando de descubrir nuestra identidad colectiva e individual, para poder decir con realismo quiénes somos.

En ese sentido, cabe preguntarse ¿qué dice de nosotros el sadismo de las 4 matanzas que se han producido este año en las cárceles del país con más de trescientos muertos? ¿la producción de un femicidio cada 38 horas? ¿la indiferencia ante las muertes producidas por falta de atención sanitaria y de medicinas? ¿la normalización de la violencia política y la persecución judicial a los adversarios? ¿el buenismo con que recogemos juguetes y caramelos para realizar actos de caridad en navidad? ¿el irrefrenable morbo que nos hace cómplices o autores del bulling en redes sociales? ¿el íntimo placer por la desgracia de los otros, sobre todo de los que envidiamos secretamente? ¿la naturalización de la corrupción financiera y política? ¿el odio y la discriminación expresados pública y discretamente contra extranjeros, indios, homosexuales y cualquiera que sea diferente? ¿la imposibilidad de organizar el tránsito a partir de las necesidades y derechos del peatón? ¿la criminalización de la protesta social? ¿el aparecimiento de narcogenerales desveladospor una embajada extranjera? 

Mi hipótesis al respecto es que, estos hechos revelan que somos solo superficialmente modernos, civilizados y pacíficos, pues en lo profundo y sustancial somos una sociedad feudalizada, incivilizada y violenta, pues, no logramos hacer una gestión emocional ni racional adecuadas de nuestros intereses y conflictos al momento de relacionarnos con otras personas y, además, hacerlo en pie de igualdad. 

Es decir, no conocemos, o no comprendemos, o no logramos interiorizar los valores sobre los que se levanta la civilización moderna: la igualdad, la libertad y la solidaridad. Razón por lacual, tampoco conseguimos actuar sostenidamente en consecuencia de lo que estos valores implican para la vida pública y privada.

En este artículo me centraré en analizar cómo vivimos el valorde la igualdad en Ecuador que, supuestamente, es uno de los cimientos de nuestra Constitución y que se expresa en tres determinantes dimensiones. 

La primera, es que todas las personas tienen el mismo valor moral independientemente de sus características intrínsecas o de sus condiciones sociales o externas. Consecuentemente, todas merecen el mismo respeto.

Pero eso es la teoría, pues, en realidad nosotros tratamos distinto a las personas si se ven pobres que si se ven ricas; si son hombres que si son mujeres; sin son heterosexuales que si no lo son; si se ven blancos que si se ven indígenas o afrodescendientes; si nos parecen elegantes que si nos parecen mal vestidos; si son nacionales que si son extranjeros; si se ven sanos que si se ven enfermos o discapacitados; que si se ven guapos que si nos parecen feos; que si son atléticos que si nos parecen gordos; si están privados de la libertad que si están libres, etc.

De hecho, no solo las tratamos distinto, sino que asumimos actitudes de superioridad con respecto a quienes consideramos inferiores; conductas de permisividad y hasta servilismo con quienes consideramos superiores; y, solo con quienes realmente consideramos iguales nos permitimos ser quienes somos.

La segunda dimensión del valor de la igualdad está relacionadacon la forma en que este valor es receptado e implementado en el Derecho. En efecto la igualdad jurídica de las personas implica que todos y todas tenemos los mismos derechos y, sobre todo, que podemos ejercer estos derechos en igualdad de condiciones ante el Estado, los jueces y las personas en general.

Sin embargo, todos somos conscientes de que nuestro Estado de Derecho es frágil, selectivo y que mucho de su contenido son solo declaraciones de papel, sin vigencia para las grandes mayorías. En efecto, la riqueza y el poder que cada quien logre acreditar en sus relaciones con el gobierno; con la burocracia del Estado; con las fuerzas de seguridad; y; con la administración de justicia, definen su lugar en la jerarquía de los que tienen derechos. 

Así, los que más riqueza tienen, disfrutan de todos los derechos declarados o incluso de privilegios legales, en tanto que los más empobrecidos carecen de posibilidades para ejercer los derechos declarados en las leyes y, en el extremo más doloroso, son la carne humana que tritura el sistema penal y carcelario a vista y paciencia de todos los demás.

La tercera dimensión de la igualdad esta referida al compromiso colectivo que hace la sociedad y el Estado para que cada uno de sus integrantes tenga acceso real a un conjunto de oportunidades básicas que le permitan tener una vida digna. 

Esto no significa que todas las personas tengan exactamente lo mismo. Significa que esas oportunidades deben estar disponiblespara todas las personas, tanto para aquellas que las necesiten, así como para las que puedan proporcionarse a sí mismas mejores condiciones que las ofrecidas por el Estado. Hablamos de servicios públicos de calidad en educación, salud integral (incluyendo nutrición) y seguridad social.

Estas oportunidades han vivido una suerte de flujo y reflujo en la vida nacional desde el retorno a la democracia, y ahora mismo atravesamos una situación extremamente crítica para hacer estos servicios públicos sostenibles, así como para mantener la calidad y la cobertura que establecen las normas constitucionales y legales; y, todo ello sucede en un escenario en que las voces privatizadoras de todo lo público, nos plantean el desguace del Estado hasta reducirlo a su mínima expresión, incluso en esas oportunidades básicas que son la sustancia del valor de la igualdad moderna.

Finalmente, considero que el desarrollo de las ciencias y las artes es un factor determinante para establecer el grado en que los valores modernos de la igualdad, la libertad y la solidaridad han logrado internalizarse en la conciencia individual y colectiva de las personas y de los pueblos. En efecto, en los lugares en queel arte y la ciencia están estancados o tienen un papel tangencial en la vida pública, el desarrollo integral de los ciudadanos y la práctica de los valores modernos son proporcionalmente precarios.

Tenemos el desafío personal y colectivo de definir nuestra identidad y nuestro destino, ojalá lo que somos y lo que decidamos ser, esté impregnado de un profundo conocimiento, respeto y práctica de los valores de la igualdad, la libertad y la solidaridad, cuya expresión jurídica más potente son los derechos humanos reconocidos en nuestra Constitución. Si no lologramos, estaremos condenados a la desgracia, a la violencia y a la indolencia, pues al final de cuentas, somos lo que sinceramente creemos, ya que nuestras conductas son -en la gran mayoría de los casos- el fiel reflejo de nuestras convicciones más íntimas.

Por Editor