Latinoamérica en la actualidad se encuentra en una disputa de construcción de una propia doctrina de inteligencia, que se base en la realidad regional y nacional de sus diferentes estados. En el caso particular de Ecuador, gobernado ahora por elites y castas a quienes les conviene construir un “otro” del cual temer, desconfiar y cuestionar; “otro” representado por quienes desaprueban y se oponen a las diferentes formas de gobernar de esas elites.
Hace tres años somos testigos de la construcción de imaginarios del enemigo interno, a partir de la doctrina del enemigo liderada por escuelas europeas que no calan en nuestra realidad nacional, ni regional, ese quiebre del sentido común de señalar como, “el otro es el enemigo”, se caracteriza por ser un proceso psicológico de polarización social, muy distante a posiciones éticas que guardan los protocolos de la Defensa Nacional
Dentro de un análisis posestructuralista, las limitaciones de los conceptos realistas de inteligencia son profundos, la construcción de escenarios (tan fáciles de interpretar) como el estrechamiento del campo perceptivo, es decir, “percepción desfavorable vs percepción estereotipada”: “nosotros-ellos”.
En este proceso de polarización social, lo único afectado es la Nación como tal: a) obligando a la cohesión y solidaridad al interior de cada grupo, conflicto latente o manifiesto entre grupos opuestos; b) develan las posiciones rígidas de instituciones, medios, personas, en un claro enfrentamiento político incongruente con las necesidades y objetivos prioritarios de un Estado en plena crisis pandémica; c) suplantan el dialogo, debate o discusión de posiciones diversas.
Escenario que nos desciende a un sufrimiento ético-político, cuyas causas estructurales son de vieja data, que van más allá del dilema “correismo-anticorreismo”. Escenario actual con una superficie en las raíces socioeconómicas y políticas, generan una profunda inequidad latente por la implementación de planes económicos pertenecientes a la doctrina de la economía del desastre.
La pérdida de credibilidad de las instituciones, el descrédito de la casta política de la vieja data y el fin de un modelo del discurso “nosotros-ellos” sostenido por los actores políticos de gobierno, por los medios de comunicación estatales y privados, tanto en espacios públicos reales como virtuales. En este proceso cada sector va encontrando, según la información que obtenga (prensa, rumores, etc.) o su implicación en los acontecimientos, su propia concepción de lo que ocurre.
Este escenario de crisis ética-política debe motivar el construir enfoques y reflexiones sobre cimientos de ética, haciendo referencia a la memoria colectiva de violencia que se repite a lo largo de la historia política, no sólo en Ecuador sino a nivel regional se ha expresado en distintos momentos de nuestra historia. Desconocer a la violencia como paralelismo de nuestra cultura, apartarse del enfoque fatalista y determinista es el reto cuando el sistema ha degenerado y las formas correctas de actuación han sido vencidas, el desafío de no caer en el juego de la mafia estatal como forma constitutiva, y reconstrucción la crítica de esta memoria histórica desde el sentido psicosocial junto al análisis de factores ya señalados; corresponde asumir la cuota de responsabilidad para evitar una escalada de crisis, así velar por un interés nacional en plena pandemia.