Por Rodrigo Rangles Lara

Visitar unos pocos días Bogotá fue suficiente para descubrir la Colombia subterránea, oculta bajo una aparente tranquilidad social y bonanza comercial, conmultitudes comprando distraídas en los centros comerciales de barrios adinerados, como la Gran Estación, en la Gobernación de Cundinamarca o, de clase media, en el famoso “San Andresito”. 

Los medios de comunicación empresariales, dedicados a la farándula, el fútbol, novelas rosa, series detectivescas, románticas o shows de entretenimiento; redondean la atención del público con noticias o reportajes de crónica roja, fenómenos naturales, testimonios de políticos, analistas o especialistas que se esfuerzan por convencer las bondades del paraíso que viven los colombianos y refuerzan versiones sobre las penalidades del infierno venezolano. 

No obstante, si se mira con ojo crítico, algunos de ellos deslizan datos sueltos que dan pistas sobre ese otro mundo, donde un 27 por ciento de los ciudadanos sienten el rigor de las medidas neoliberales, con un ingreso máximo de 250 pesos al mes o un 15 adicional – generalmente desempleados – con menos de cien mil, cuando el salario básico es de un millón 15 mil pesos.

Eso quiere decir que alrededor de 22, de los 51 millones de habitantes, viven con ingresos entre uno y tres dólares diarios, terreno propicio para el desarrollo de la prostitución, tráfico y consumo de narcóticos, delincuencia, paramilitarismo, mercenarismo factores de una creciente violencia social.

Si a ese pírrico ingreso económico se suma la creciente inflación (3.800 pesos por dólar, en el cambio oficial y, en asenso) los deficientes y onerosos servicios públicos ahora privatizados; entonces, se entiende que la trata de blancas haga de las suyas hasta en las universidades colombianas, con estudiantes (hombres o mujeres) dispuestos a entregarse a las redes mafiosas con el afán de financiar sus costosas carreras.

Son parte de esas dos millones y medio de víctimas que la mafia incorpora, en el planeta, cada año, a ese “sueño que se convierte en pesadilla”, con un rédito anual de 30 mil millones de dólares, según datos de las Naciones Unidas.

Las autoridades poco pueden contra la prostitución pues, en el vecino país, está legalizada y ese factor abre camino fácil al microtráfico, proliferándose en el ámbito estudiantil que, de acuerdo a un estudio del Observatorio de Drogas, ha crecido un 17 por ciento, en el último año.

Un informe de la Dirección Nacional de Estupefacientes indica que 117 mil colombianos ingresaron, en los últimos 365 días, al mundo de la drogadicción donde, fácilmente,se encuentran 33 nuevas especies de narcóticos, algunascomo la “Poper” o “Dick”, con serios riegos de muerte.  

Reveló también que, el 12.4 por ciento de consumidores,probó marihuana antes de cumplir los 10 años. Nada sorprendente en el país que, de conformidad con la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas, incrementó la producción de cultivos de hoja de coca a 245 mil toneladas, en el 2020, cuando el año anterior producía 212 mil.

Concomitantemente, elevó la refinación de cocaína desde936 toneladas, en el 2019; a más de 1100, en el 2020 , “los niveles más altos de la última década”, según esa oficina, al agregar que, además, Colombia cubre con esa producción buena parte de un mercado de 275 millones de consumidores, a nivel global.

Preguntamos ¿Qué hacen las siete bases militares norteamericanas en Colombia? ¿Su anunciada misión, no era combatir el narcotráfico? Una respuesta sorprendente nos entrega Renán Vega, Profesor de UniversidadPedagógica Nacional, cuando afirma categórico que “eso es un sofisma, jurídicamente no hay bases norteamericanas; pero, en realidad, tenemos entre 40 ó 50 bases o cuasi bases, en todo el territorio”.

Estados Unidos, con acuerdos secretos o bajo la mesa – sostiene Vega – posee localizaciones geoestratégicas en todo el país y asesora la militarización con los Batallones Minero – Geoestratégicos, compuestos por 82 mil efectivos, colocados en puntos sensibles económicos, políticos o de infraestructura.

El ganador del Premio Libertador al Pensamiento Crítico, asegura que Colombia es uno de los países más militarizados del mundo, con 500 mil efectivos y acusa al ejército de haber provocado “el peor genocidio del Siglo XX, al asesinar a más de diez mil colombianos, en el caso conocido como “Falsos positivos”. 

Fueron pilotos norteamericanos – dice el también miembro de la Comisión Histórica del Conflicto Armado y sus Víctimas – los que bombardearon, el 1 de marzo del 2008, la selva ecuatoriana, mataron a Raúl Reyes, en la Operación Fénix, con asesoramiento israelí y de Estados Unidos. 

El investigador Vega, señala al ex presidente Alvaro Uribe como “un delincuente y un criminal, aunque la fiscalía le declaró exonerado de los cargos” y aclaró que, con la complicidad de su gobierno, los Estados Unidos impulsaron un centro geoestratégico en el Caribe, Amazonía y la zona Andina – apuntando a Venezuela – con un incontrolable dominio militar, mediático, cultural, informativo y comunicacional. 

Como telón de fondo nada agradable, los colombianos viven una ola de corrupción indetenible (Odebrecht, Programa de Alimentación Escolar, Carrusel de la Contratación, entre otros) de los gobernantes, con la complicidad de comunicadores, políticos, legisladores y jueces, liderados por Uribe y Duque, factores suscitadores de la ira popular, víctima además de una sistemática violencia generada y planificada desde el narco estado.

Gobiernos de extrema derecha, con Uribe como ícono, no solo acuden a la policía y fuerzas armadas para contener el descontento social expresado en las calles, sino que propician el paramilitarismo para deshacerse,impunemente, de ciudadanos que reclaman justicia y respeto a los derechos humanos.

En noviembre del 2016 se firmó el acuerdo de paz con las FARC y el 1 de diciembre, de ese mismo año, se inició la masacre selectiva de ex combatientes y líderes sociales campesinos. Hasta febrero de 2021, las instituciones vigilantes del acuerdo de paz contabilizaron 276asesinatos, de los primeros y 904, de los segundosanteriormente citados.

En ese contexto de pobreza extrema, violencia de Estado, pérdida de la soberanía, corrupción y descomposición social y moral, el gobierno neoliberal de Iván Duque – protegido de Uribe – intentó imponer una reforma tributaria generadora de mayor desigualdad que incendió el país, desoyendo alertas sobre las consecuencias de la pandemia.

El 28 de abril se inicio un paro nacional con demandas de cambio de sistema y destitución de los gobernantes, mientras el país sufría el punto más alto de la pandemia, con un registro de 488 decesos, producto de la desidia e incompetencia gubernamentales. “Era la vida, por la nueva vida”, dijo uno de los marchantes testigo del mortal balazo policial a uno de los 70 asesinados, reconocidos oficialmente, durante las largas jornadas de brutalrepresión, condenada a nivel internacional.

En estos días de agosto, el Min Salud informa haber vacunado a 14 millones de colombianos y sin embargo, se mantiene “el pico dentro del pico más alto”, rondando los 600 muertos al día, sobrepasando los cien mil registradosdesde abril, fecha de inicio de la peste.

La indignación fue más grande que el miedo a morir a manos del Covid 19 o los cancerberos del sistema. Mientras se recorre Bogotá, la reactivación económica y los medios mercantiles crean la sensación de que losmuertos, los 571 desaparecidos, incontables heridos o cientos de presos están olvidados y que las protestas cesaron. 

Descubrimos que las marchas están activas, con bloqueo de vías incluido, cuando al viajar en un taxi, el inter comunicador alertó al chofer la imposibilidad de llegar al centro histórico, primero y, luego, a una programada visita nuestra a la majestuosa catedral de sal subterránea, enSipaquirá, orgullo turístico de los vecinos.

La Colombia “profunda”, como suelen decir los sociólogos, se descubre en las redes sociales, visitando los atestados barrios populares, en los infantes gamines pululando el centro histórico en busca de cualquier forma de subsistencia legal o ilegal, en desesperados migrantes venezolanos buscavidas o desarrapados ganapanes con interminables “guayabos”. De los mendigos, ni hablar.

En este contexto, la mira ciudadana está puesta en las elecciones de mayo, donde Uribe, Duque y adláteres carecen de posibilidades frente a un electorado que les señala culpables de su desdicha y finca en el liderazgo del ex Alcalde de Bogotá, Gustavo Petro y su movimiento, la vía para mejorar su condición de vida. No es raro escuchar: “La única posibilidad que Petro pierda es con fraude o que le maten”.

Ahí tienen, queridos lectores, algunas breves pinceladas del “Paraíso colombiano” escondido por el sistemamediático manipulador y cómplice de los males de la nación  que Gabo, el escritor y periodista maestro de maestros, pintó en su inolvidable Macondo.

RRL

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