Esos son los temas más tocados por los medios de comunicación después de la reunión de obispos en El Vaticano para superar los abusos sexuales del clero católico. Así por ejemplo escribe el periódico español El País: “Francisco afirma en la segunda jornada de la cumbre contra la pederastia que dar más papel a la mujer en la Iglesia no resolvería los abusos.” Como título de su artículo, el periódico retoma las palabras mismas del papa, «todo feminismo acaba siendo un machismo con falda».

Una de las principales características de la Iglesia católica es el patriarcado: el poder pertenece a los varones investidos del ministerio sacerdotal. Los curas en su parroquia llegan a ser fácilmente pequeños dictadores; los obispos difícilmente pueden ser fiscalizados y el papado se erige como monarquía absoluto. El Concilio Vaticano 2°, el mayor acontecimiento en la Iglesia católica del siglo pasado, con todos sus documentos elaborados por centenares de obispos en los años 1962 al 1965, no ha logrado cambiar dicha organización a pesar de las recomendaciones y los intentos de democratización.

Después de casi 40 años de ‘invierno eclesial’, el papa Francisco está aportando un aire de primavera benéfico tanto para la Iglesia como para la sociedad en general, al buscar que la Iglesia católica sea más conforme al proyecto de Jesús: hacer acontecer en la humanidad el Reino de Dios, o sea, la humanización de las personas, la fraternidad y la justicia en las relaciones humanas, su armonía con la naturaleza y su comunión con Dios. Las presiones de los tradicionalistas y las milenarias estructuras de la institución eclesial limitan fuertemente las posibilidades de cambios relevantes.

¿Qué dijo exactamente el papa Francisco sobre el tema del patriarcado? Se trata de unas breves palabras improvisadas en la reciente reunión de obispos. Acababa de intervenir la señora Linda Ghisoni, subsecretaria de la sección de Laicos en El Vaticano y experta en Derecho canónico. La señora Ghisoni abogó por un “sistema de verificación ordinaria” sobre el cumplimiento de la legislación vigente contra el abuso a menores, incluyendo la rendición de cuentas: “Es aconsejable que en cada conferencia episcopal se creen comisiones consultivas independientes -formadas por laicos y clérigos- para aconsejar y asistir a los obispos”. Esos órganos, indicó, “contribuirían a asegurar una interacción cada vez más eficaz” en el seno de la Iglesia.

El papa Francisco agradeció sus palabras y, con relación a los abusos sexuales, afirmó: “Todo feminismo acaba siendo un machismo con falda… No se trata de dar más funciones a la mujer en la Iglesia -sí, eso es bueno pero no resolvería el problema-, se trata de integrar a la mujer como figura de la Iglesia en nuestro pensamiento… La mujer es la imagen de la Iglesia, es esposa, madre.” Por estas afirmaciones se encendieron las redes sociales y las críticas periodísticas. Por una parte, en el siglo pasado el feminismo entendido como promoción y defensa de la mujer ha sido el actor mayor del reconocimiento del valor de la mujer, de la promoción de sus derechos y de la integración en las instancias de dirección y de decisión a la par de los varones. La institución eclesial ha sido la que menos ha avanzado en estos sentidos; pues el patriarcado, el machismo y el clericalismo son los grandes males que asechan la Iglesia católica. Siguen mandando los varones, siguen marginadas las mujeres, siguen dominando los clérigos a los demás bautizados, a pesar de las duras palabras del papa Francisco contra estos temas. Con relación al clericalismo que es la expresión mayor del patriarcado y del machismo, dijo el papa: “El clericalismo es el cáncer de la Iglesia”. Por eso sorprenden sus palabras del papa contra el feminismo.

Sorprende también que diga que “no se trata de dar más funciones a la mujer en la Iglesia” cuando sabemos la exclusión que sufre en los espacios de decisión. Es cierto que el papa insiste en que “se trata de integrar a la mujer como figura de la Iglesia en nuestro pensamiento”. Es lo que ha buscado en vano lograr el Concilio Vaticano 2° realizado hace 50 años. El recién Encuentro de los presidentes de las Conferencias episcopales nacionales con el papa en Roma es un ejemplo flagrante: la señora Linda Ghisoni fue la única mujer que habló en dicha reunión.

En cuanto a la afirmación papal de limitar la mujer a sus funciones de “esposa y madre (como) imagen de la Iglesia”, arecían las críticas: las mujeres quieren ser reconocidas y respetadas en primer lugar por ser mujer y no prioritariamente por ser ‘esposas y madres’. Exigen que se las tome en cuenta con su inteligencia de mujer, sus decisiones de mujer, su ser mujer integral. ¿Dónde quedan, en este caso, las mujeres de las congragaciones religiosas como representantes de la ‘imagen de la Iglesia’ si no son ni esposas ni madres? ¿Tendrán mucho valor las explicaciones simbólicas y espirituales que no tengan bases concretas?

El próximo sínodo sobre la Amazonía va a ser la prueba fehaciente de hasta dónde se va a avanzar con relación a los temas aquí evocados. Este sínodo tendrá lugar en octubre próximo. Su tema es: “Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”. En la Amazonía, que se extiende por 9 países, la falta de sacerdotes es el problema mayor ‘para la Iglesia’: ¡un sinnúmero de comunidades cristianas apenas tienen una misa anual! sin hablar de otros sacramentos que, según el Derecho canónico, sólo pueden ser administrados por sacerdotes. La obligación de ser varones célibes para poder ser ordenados sacerdotes es otro limitante mayor. Si hay una resistencia enorme dentro del tradicionalismo eclesial, mayoritario en la Iglesia, contra el celibato opcional de los sacerdotes -hasta del mismo papa como recién lo confirmó-, ¡cómo ha de ser la oposición a la ordenación de mujeres al ministerio sacerdotal! Es poco probable que los obispos, en el próximo Sínodo sobre la Amazonía, abran puertas en este sentido, siendo exclusivamente ellos, varones célibes y la mayoría de edad avanzada, quienes aprueban las conclusiones de dicha reunión.

En el actual contexto mundial de resistencia globalizada a los grandes cambios necesarios y urgentes, tanto en la Iglesia como en la sociedad, ¿será pesimista afirmar que “la primavera eclesial” y las esperanzas mundiales promovidas por el papa Francisco estén en sus ‘últimas semanas’? De todos modos, felizmente, la historia no se detiene ni en la Iglesia ni en la sociedad: la próxima conmemoración del 8 de marzo como ‘Día Internacional de la Mujer’ manifestará a nivel mundial el creciente protagonismo de las mujeres, sus alcances de nuevos derechos y sus avances en todos los campos para beneficios de toda la humanidad y de la creación entera. ¡Gracias, mujeres!

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