Un aguacero ingrávido detonó silencio en la kermese nacional por la papeleta. Entre tanto, y a escondidas de los fantasmas de Juan Montalvo y Rayo, Trasímaco deambula cínico, una vez más, por los corredores de la Real Audiencia. Con los mismos argumentos que debatía con Sócrates, en la antigua Grecia, nos aclara que la Justicia es el derecho que impone el poderoso y a su vez el derecho es siempre una interpretación de la justicia.
Sin embargo hay fisuras importantes por donde se filtra la verdadera nación; late en la disputa local, en la resistencia, en tejer puntada a puntada la auto-gobernanza, está justo ahí, en las contradicciones entre los sujetos sociales dominantes y dominados. Se encuentra destemplándole los dientes a la República-offshore del Agua Tibia, tiene nombre de mujer y germina en la ciudad real
De regreso, me sacudo la papeleta electoral de los hombros y recuerdo que Marx hace casi dos siglos atrás ya reflexionaba sobre la represión y enajenación fundamental de lo político en el modo capitalista de la reproducción social. Desde entonces una vuelta de página de ciento cincuenta años al son del omnímodo protagonismo del capital autómata que bien reflexiona Moishe Postone en estas últimas décadas.
Dos centurias después de haber sido advertidos de los efectos autodestructivos que tiene la reproducción capitalista de la riqueza sobre el sujeto social, navegamos en un mar de plástico sobre un encurtido fetichista y mercantil.
Son tiempos en los que pareciera que no alcanza para un pensamiento que dispute una totalidad crítica, uno que apunte a la médula de ese sujeto-capital-autómata, el mismo que se reproduce en el eterno loop de reproducción y consumo como forma única de generación de la riqueza.
Mientras me alejo del recinto, me aborda un argumento que pulveriza el civismo de urna. Un argumento veintiúnicamente improcedente para la dramática de la esfera política-electoral-universal: Postone ubicaba la pepa del asunto en la abolición del trabajo como forma de mediación social, o sea, en la abolición definitiva de la producción para el valor. La sociedad del trabajo, como define Postone al capitalismo, está en doble crisis: Por una parte, la reproducción de formas concretas, cuantificables y determinadas cualitativamente y por otra parte, en la reproducción de formas abstractas, relativas a relaciones sociales específicas.
En el engranaje de la dinámica del capital, la sociedad del trabajo se muerde el rabo histórico con las fauces del progreso tecnológico, aborta cada vez más personas del mercado laboral y con ello los presupuestos sociales del capitalismo quedan apenas para contenido de papel para madurar chirimoyas (mercantilizadas claro).
Exiliados de la tecnología, sobre la superficie amañada, los públicos coloniales chapotean pixelados la implementación política del desorden social y el desempleo. El capital en tanto único sujeto histórico del capitalismo, tal como lo señala Postone, entraña la dominación impersonal que contiene y trasciende la problemática entre sujetos clásicos dominados y dominantes. Es la impregnación que fetichiza toda subjetividad de las relaciones sociales capitalistas. A ello, aquí en el plano del simulacro político, las pascuas electorales prolongadas bucearon la melaza de la post-verdad silenciosa.
Para rematar el espacio público, sorteó el laberinto de calles sin alcalde ni perro que le ladre, y así como para untar de tinta la fresa electoral de apagón, Richard Coleman me susurra un antídoto apocalíptico al oído: Consumación o consumo es la única opción para todo el que pudo soportar la colisión.
Suenan la Fricción de las bisagras y la cerradura desde adentro, la mesa está dispuesta, el tablero de ouija listo. Sentado a un costado del tablero, sobre la mesa, Edmundo Valadés me espera ojeando el tomo dos del Eternauta que olvidé por ahí. Ha preparado café, interrumpe su lectura, me mira de frente y dice: ésta noche La muerte tiene permiso,… el hombre necesita contar lo que cree, sueña o ve, porque desde hace milenios somos la misma ansia de capturar en un testimonio perdurable la realidad o el sueño que nos rodea. Posa su mano sobre el tablero de ouija casi sin darme tiempo para acomodarme el café y estalla un bullicio, la mesa se ha transformado en un auditorio repleto de ingenieros y campesinos, huele a campo, tabaco y sudor del trabajo agrícola.
Los ingenieros comentan sobre los campesinos:… Sí, debemos redimirlos. Hay que incorporarlos a nuestra civilización, limpiándolos por fuera y enseñándolos a ser sucios por dentro. -Es usted un escéptico, ingeniero. Además pone usted en tela de juicio nuestros esfuerzos, los de la revolución. -¡Bah! Todo es inútil. Estos jijos son irredimibles. Están podridos en alcohol, en ignorancia. De nada ha de servirles repartirles tierras. -Usted es superficial, un derrotista, compañero. Nosotros tenemos la culpa. Les hemos dado las tierras, ¿y qué? Estamos ya muy satisfechos. Y el crédito, los abonos, una nueva técnica agrícola, maquinaria, ¿van a inventar ellos todo eso?… Los de abajo se sientan con solemnidad, con el recogimiento del hombre campesino que penetra en un recinto cerrado: la asamblea o el templo. Hablan parcamente y las palabras que hablan dicen de cosechas, de lluvia, de animales de crédito. Muchos llevan sus itacates al hombro, cartucheras para combatir el hambre… otros de pie, recargados en los muros laterales, con los brazos cruzados sobre el pecho, hacen una tranquila guardia.
Tomo un sorbo de la taza un instante antes que el presidente ponga orden y comience la sesión, se levanta de entre el tumulto un campesino, se llama Sacramento y comienza a reclamar las injusticias y corrupción de la que son objeto por parte del alcalde del gobierno local. Denuncia que les quitó sus tierras, les cobra impuestos elevados, mató a su hijo por reclamar, violó a una de las mujeres de la comunidad y les mezquina el agua para las cosechas. Por todo ello, pide permiso a nombre de todos para tomar justicia por sus propias manos. Tras los reparos que oponen los ingenieros, el presidente los convence de aceptar ya que el mismo fue campesino y finalmente les otorga el permiso para matarlo. Sacramento toma la palabra y responde: pos muchas gracias por el permiso porque como nadie nos hacía caso desde ayer el presidente municipal de San Juan de las Manzanas está difunto.
Entrada la noche termina la sesión y nos abandona la multitud, mi casa es un chiquero. Sacramento y Valadés me ayudan acomodando los muebles mientras les comento que esos argumentos esgrimidos por los ingenieros me suenan conocidos en esta geografía.
Antes de despedirnos, Sacramento me dice: Queda abierta la pregunta: ¿cuál es la diferencia entre el albañil y la abeja? Vaya y averigüe, si su red social le permite (capítulo 5, primer libro del capital).